No elegir es ya haber hecho una elección. La tibieza, entre el hielo y el fuego, no es posible, las medias tintas son solo fábulas de quien no quiere (o no puede) tomar partido, cuando siempre hay que hacerlo. La vida es más compleja que eso, es asumir los hechos y enfrentar sus resultados, girar la cabeza hacia otro lado, en un intento fallido de evadir la realidad -por cruda o desagradable que parezca- no hará que esta se evapore, sino que seguirá estando al frente, en espera impaciente de ser atendida.

La neutralidad no existe: Se está a favor o en contra, pero nunca ambas o ninguna. Aunque lo ideal a veces fuera mantenerse al margen, sobre todo, de una situación conflictiva, no afrontarla es extenderla y perpetuarla en el tiempo, haciéndola avanzar y crecer como bola de nieve, cada vez con más ímpetu. Somos libres de nuestras decisiones, pero esclavos de sus consecuencias, la templanza en imposible y más temprano que tarde, pasa factura.

La indiferencia de lo que ocurre a nuestro alrededor no evita que los eventos se produzcan, evadirlos es solo un remedio temporal a la fiebre persistente como síntoma a una infección que espera ser oportunamente tratada.

En la historia de la humanidad ninguna dificultad se ha disuelto automáticamente o se ha deshecho sola; al contrario, ignorarla no hace más que agravarla y ponerla en punto de ebullición hasta que explote como una caldera ardiente, de la peor manera, lanzando sus fragmentos por doquier. No encararla es resignarse a su permanencia, los problemas lo son, hasta que se enfrentan, nada hay irresoluble.

Ser un mero espectador de una controversia es optar por permanecer en el balcón, pero hasta allá pueden llegar las ráfagas para hacer saltar al observador de su plácido y lejano asiento. La abstención, el silencio y la quietud son, a veces, las peores opciones porque alejan la solución del conflicto que, aunque se suspende, sigue latente porque no hacer lo necesario es postergar lo inevitable.

Cada momento del día es una elección, entre el bien y el mal, vivir o morir, querer u odiar. No hay forma de repartirse entre los dos terrenos, se es leal o se es traidor, pero nunca los dos. No se puede estar con Dios y con el diablo, aun este último con toda su maldad tuvo que ser desterrado del reino para poder ser quien es.

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