Cuando Narciso Sánchez (1789-1869), le dijo a su hijo Francisco del Rosario Sánchez hacia 1844: “Desengáñate, Francisco: este será país, pero nación nunca”, resumía sin saberlo toda nuestra posterior historia, en un ejercicio de pitonisa que deslumbra por lo certero que ha sido.
El mismo objetivo inicial de libertad “pura y simple” nació muerto. Razones históricas hicieron a los liberales buscar ayuda en sectores conservadores nacionales para el proyecto, quienes se hicieron con la dirección del mismo, quedando los “jóvenes independentistas”, poco a poco, sin influencias ni poder real.

Aún se escuchaba el eco del trabucazo cuando la lucha entre facciones por el poder encendía toda la naciente república. Incluso muchos duartistas olvidaron la “independencia pura y simple” por la prebenda y el boato.

El mismo Duarte, producto de esta pugna y de un aparente desapego por el poder, vagó durante veinte años “por playas extranjeras”, aquejado, olvidado y distante de la patria. Y aunque efímeramente volvió al país, terminó otra vez en el extranjero muriendo en el anonimato. Y sus restos luego traídos por el dictador Ulises Heureaux (Lilís), para empezar con la utilización simbólica de su figura de parte de los detentadores del poder político.

Desde entonces la Constitución solo es un pedazo de papel (Lassalle) y la ley solo se le aplica a algunos, mientras las instituciones no funcionan y la burocracia es gigantesca y parasitaria.

El Estado dominicano ha sido carroña para los “prácticos”, sin límites morales ni frenos o ataduras ideológicas. De su lado el soñador, el teórico, el visionario, el idealista, no tiene cabida y solo es necesario como “símbolo”.

Y eso ha sido Duarte, un símbolo necesario, utilizable en alguna fecha memorable y luego guardado en un cajón hasta la próxima celebración, donde lo sacamos y exhibimos, para “renovar nuestros lazos nacionales y nuestros compromisos con la patria”, entre otras frases huecas y repetitivas.

Y si bien el Estado necesita símbolos, lo sé, al punto que la simbología del poder, por ejemplo, es quizás el poder mismo. No es menos cierto que más que “santos” –como se ha vendido al padre de la patria-, necesitamos ciudadanos responsables que cumplan sus deberes, pero que sepan exigir sus derechos; necesitamos instituciones que funciones con independencia del poder político; necesitamos fiscalización real de la utilización de los fondos públicos; necesitamos un régimen de consecuencias efectivo y no selectivo; necesitamos jueces que sean “jueces” y que solo se deban a la Constitución y las leyes. De igual forma, necesitamos políticos responsables que vayan al Estado a servir, no a servirse.

Solo así renovaremos las esperanzas en las potencialidades de la patria y abriremos caminos de oportunidades para todos, excluyendo las luchas fratricidas que nos han tenido sumidos en el caos.

Duarte era un ciudadano responsable que, con sus medios, se reveló contra “el injusto”. Solo así, con ciudadanos responsables e instituciones sanas, tendríamos un “Estado Duartiano” real, no la caricatura que hemos padecido. ¡Ah, la vida!

(Este artículo lo publiqué, originalmente, hace unos 6 años, mas pienso que aún tiene vigencia).

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