Conocido como uno de los cinco caciques que encontraron los españoles al llegar a la isla, es más recordado por su entreguismo y recibirlos con demasiada pleitesía -a lo mejor pensando en unirse al enemigo, antes de enfrentarlo- ganándose una mala fama que ha trascendido los tiempos por aliarse a los conquistadores. A través de la historia, ese nombre aciago va unido al complejo de preferir lo extranjero a lo nativo, sin distinción alguna. Resulta increíble que después de seis siglos, aún persiste esa actitud de sobrevalorar lo que no es nuestro.

Efectivamente, nos dejamos impresionar por profesionales solo porque no han nacido aquí, provienen de un país desarrollado y exhiben fino acento, que no por eso, son infalibles. Solemos dar sus diagnósticos como irrefutables porque llegan de horizontes lejanos, cuando con frecuencia no son tan imparciales y responden a unos honorarios monumentales que nunca ofreceríamos a un nacional, tal vez más preparado y conocedor de la realidad autóctona.

Preferimos esos falsos profetas con ademanes refinados, acento exótico y atractivo nórdico (sí, porque aquí ser blanco y rubio cuenta) que se presentan impecablemente vestidos a los que entregamos sonrientes el dinero de nuestros bolsillos, sin tomar las precauciones que hubiéramos asumido si fuera un dominicano, al que le hacemos todo tipo de exigencias. Basta no ser de aquí para que se presuma calidad y buena estirpe, sin que se investigue procedencia porque a todo cuanto haga el foráneo se le atribuye autenticidad. Creemos firmemente en esos redentores de pacotilla porque no hablan español y vienen del otro lado del mundo, sin saber si han dejado a otros embarcados, tan ilusos como los nativos y han llegado por estos lares justo en busca de otras víctimas, como una vez hizo el almirante.

Preferimos contratar al que ha atravesado océanos y ha dejado su país (quién sabe por qué), antes que ofrecer la oportunidad al egresado de nuestras aulas universitarias. Acudimos al negocio del que vino a probar suerte, frente al emprendedor que desde nuestras tierras ha levantado el suyo con gran sacrificio. A quien llega de fuera se le prodigan todas las oportunidades, respaldo y merecimientos (aunque apenas se le conozca) lo que se le niega al que tiene talento y no ha podido ser reconocido entre los suyos. Cuando adquirimos artículos extranjeros, estamos dispuestos a pagar sumas astronómicas, para luego comprobar con espanto que dicen “made un RD”. Parece que el cacique no ha muerto y su espíritu sigue flotando entre nosotros, él lo haría aquella vez en su ignorancia ¿y nosotros, por qué?

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