Conozco bien a Hipólito Mejía en sus múltiples facetas. Tiene muchas virtudes que admiro; la que más resalto es que se comporta como un “hombre de Estado” cuando las circunstancias lo ameritan. Ahí trasciende como pocos. Sus actuaciones son más importantes y significativas que sus palabras. Hoy trataré de descifrarlo, sin mayores intenciones de que estas líneas sean agradables para algunos lectores.
Hipólito y Mejía tienen personalidades tan distintas que provoca ganas de llorar. Son “agua y aceite”. El primero es el “Guapo de Gurabo”, el que se emburuja con el pueblo, deslenguado en ocasiones, el calvo más alegre; el segundo es el esposo, padre y abuelo de familia, el hijo del campo, el comedido, el de la eterna pollina.

Hipólito tiene memoria de elefante. Conoce el nombre y los apodos de los ciudadanos de medio país, incluyendo sus ancestros, colaterales y descendientes. Está al tanto de los que nacieron y murieron. Le fascina husmear en la vida de cada cual, porque a Hipólito le encanta el chisme, pero ese chisme sano, que no daña, que entretiene al que lo averigua y a los comensales.

Hipólito es un experto tratando a los “tígueres”, es práctico, incasable trabajando, dice lo primero que se le ocurre, es un respondón por naturaleza, se considera un macho de verdad. Relaja con lo serio, creyendo erróneamente que todo le luce, lo que le ha perjudicado bastante. Tiene una intuición extraordinaria, conoce al bizco durmiendo y al cojo sentado y se ríe de los allantosos.

Cuando está en el cuadrilátero como boxeador, no le importan las reglas del juego, muerde al contrincante, le da patadas y si el árbitro se entromete también coge sus golpes. Y luego duerme tranquilo. Es complicado predecirlo, con una frase puede aniquilar al contrario o arruinarse él mismo.

¡Ay, pero Mejía es muy diferente! Mejía es casero, ama de corazón a los suyos, valora la palabra empeñada y el honor, tiene un alto sentido del deber y de la responsabilidad, depende mucho de doña Rosa, su noble compañera. Sufre en silencio el dolor ajeno, en especial el de los pobres. Le teme a Dios y a todos sus santos.

Mejía es tímido, está más cómodo sentado en aquella gastada silla de guano que en la de alfileres, prefiere el jugo de jagua al vino, su manjar preferido es un “vívere”, la gente que ama son su más refrescante compañía, le encanta ser anfitrión y servirle a los demás.

¿Cuál de estas dos personalidades se ha impuesto en su destacada vida política? Creo que si Hipólito se hubiera llevado más del ejemplo y de los consejos de Mejía hubiese vuelto a ser presidente.

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