Constantemente recibimos noticias de nuestra simpatía o desagrado. Seamos muy cautelosos antes de darlas por ciertas. Analicemos la fuente. Es difícil que una persona o empresa que tenga un nombre que perder se arriesgue a mentir a propósito, quizá se equivoque, pero eso es distinto. Además, nuestro olfato tiende a decirnos si algo es creíble o no.
Hoy me referiré a los influyentes o influenciadores. Hay muchos honestos, reconocemos y valoramos su labor, pero algunos son inventadores de noticias, tergiversadores de los hechos, buscadores de fama o audiencia sin importar la certeza de sus comentarios.

Por intentar ser virales, son reales virus en la comunicación. La infectan y a la vez enferman al receptor. La libertad de expresión tiene sus límites. No son pocos los disparates que varios expresan, perdonen la crudeza. Una vez leí que frente a una muchedumbre, los mediocres son los más elocuentes.

La Real Academia Española (RAE), establece que “la voz influencer es un anglicismo usado en referencia a una persona con capacidad para influir sobre otras, principalmente a través de las redes sociales. Como alternativa en español, se recomienda el uso de influyente: como ser un influyente en redes sociales. También serían alternativas válidas influidor e influenciador”.

Tenemos a influyentes o infuenciadores con millones de seguidores que determinan modas, jergas, gustos musicales… Tienen sus canales de YouTube, sustituyendo la televisión tradicional, que no puede competir por los costos y la facilidad del uso de las redes. Entre ellos hay millonarios. Otros tienen un liderazgo que llega a decenas de países.

Marcan tendencias con facilidad. Definen preferencias políticas o aspectos económicos relevantes. Su poder es enorme y va creciendo. El peligro radica en la facilidad de llegar a las masas, no siempre preparadas o al menos, por comodidad, a veces sin ánimo de discernir.

¡Triste es sucumbir a la tentación de promover sucesos que no existieron o que fueron manipulados! Vivimos en un mundo, como nos dijo el papa Francisco, donde impera la “cultura del insulto” y que “hoy está de moda lanzar adjetivos”. No seamos parte de esa condenable conducta.

Comunicar representa una responsabilidad muy grande, tenga el autor experiencia o no en ese arte. Seamos cuidadosos antes de prestar oídos a todas las informaciones que nos llegan y no seamos promotores de algo que no estemos seguros de que sea verdad, porque la verdad, tarde o temprano resplandece, íntegra, audaz, potente y feliz.

Los influyentes o influenciadores de la misma manera que pueden hacer el bien, pueden ser desastrosos para una sociedad. Sigamos a los que entienden y practican que la palabra “credibilidad” es clave para quienes ejercen ese oficio.

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