Por casualidad, o por un intento de enviar un mensaje en el momento en que el poder político discute la conformación de la nueva Junta Central Electoral y que se rumoran acuerdos entre el partido de gobierno y la fuerza política surgida del anterior partido oficial, se hace pública por vía de una tercera persona la supuesta decisión del expresidente Danilo Medina de no apoyar la modificación de la Constitución para permitirle optar por un tercer mandato, por entender que “su ciclo terminó”.

Esta expresión coincide con la publicación de una noticia de que el Tribunal Constitucional declaró inadmisible el recurso incoado contra la disposición transitoria vigésima de la Constitución vigente, la cual le prohíbe presentarse de nuevo como candidato presidencial.

A pesar de que en el año 2002 se estableció en nuestra Constitución el modelo estadounidense de dos mandatos y nunca más, el cual fue sustituido en el 2010 y vuelto a reintroducir en el 2015, la tentación de buscar un tercer mandato consumió muchas energías y recursos el pasado año que hoy nos hacen falta en este 2020 que vivimos en el peligro, y todos tememos que el nefasto fantasma vuelva a acosarnos, lo que explica el mensaje, a pesar de que las circunstancias actuales lo espanten.

La historia se escribe con hechos y el accionar de los líderes marca y deja huellas. Es el caso de George Washington quien, al no presentarse a un tercer mandato, dejó el mensaje de que los fundadores de la nación estadounidense tenían como acuerdo no escrito un límite de dos mandatos, y sus sucesores se adhirieron a este principio.

Ningún presidente de ese país fue elegido para un tercer mandato, hasta 1940, año en el que Franklin Delano Roosevelt lo fue bajo la justificación de la guerra en Europa, rompiendo el precedente, aunque algunos lo habían intentado, y esto provocó que la regla no escrita fuera introducida en la Constitución mediante la Vigesimosegunda Enmienda del 21 de marzo de 1947, manteniéndose hasta la fecha.

En momentos particulares de la historia de la humanidad, en que los acontecimientos nos hacen pensar que el mundo está al revés, el gran referente democrático que ha sido ese país se tambalea por la elección hace cuatro años de un presidente atípico, que proyectaba su escaso compromiso con los principios fundamentales que sustentan la grandeza de dicha nación, lo que desafortunadamente ha evidenciado con su accionar, y que ha constituido un desafío para la institucionalidad y la poderosa fuerza de la ley, “The Rule of Law”, único muro que afortunadamente ha sido levantado, y con el que ha debido chocar en algunas de sus pretensiones.

Escuchar expresiones que ponen en duda el acatar los resultados de las votaciones, de denuncias de fraudes, y observar medidas de seguridad extremas para proteger negocios, personas y casas, como si acudir a un proceso electoral sea semejante a un estado de alerta preguerra, debilitan la fortaleza de ese país y lo asemejan a las malas prácticas que han afectado las débiles democracias de nuestra región.

La institucionalidad es fundamental y se construye en base al compromiso con los principios que no requieren estar escritos, al cumplimiento de la Constitución y la ley, y la aceptación de que nada está por encima de ella, aunque nos convenga.
Lamentablemente quienes toman decisiones únicamente guiados por sus intereses y no por la moral y el bien común, sucumbirán a la tentación de alterar las reglas, no escritas o escritas, que más da, pues piensan que lo no escrito no se impone y que lo escrito se cambia si no conviene. Peligroso camino que, aunque muchos estén dispuestos a seguir como manada, debe provocar reflexiones a los que piensan y actúan más allá del rebaño, que les permitan alcanzar el Norte trazado por la conciencia, que es la brújula del accionar humano.

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