La revista Estudios Sociales, la publicación de investigación social con más tradición en la República Dominicana, me honró con una invitación a contribuir con el número conmemorativo de su 50 aniversario, la cual está en preparación en este momento. La revista me pidió que reflexionara sobre escenarios futuros de la economía dominicana.

Esta tarea ya se había iniciado hace unos pocos meses cuando el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo (MEPyD) invitó a un grupo de colegas de diversas generaciones, incluyendo a mi persona, a compartir sobre lo que prevemos será la República Dominicana en treinta años. Las ideas de ese momento las compartí en mi columna de “elCaribe” del 7 de abril de 2018 con el título “La República Dominicana en 2050”.

Con el permiso de Estudios Sociales, comparto por esta vía algunas de esas reflexiones. Como en el pasado, estas parten de reconocer que el contexto internacional ha sido y continuará siendo determinante para el devenir económico dominicano, y que el rol de nuestras políticas e instituciones se ha limitado a mediatizar y facilitar los reacomodos nacionales en respuesta a la reconfiguración internacional y a las demandas específicas que ésta genera sobre la economía local.

La historia

Ese fue el caso del tránsito hacia la economía azucarera iniciado a finales del Siglo XIX y que terminó siendo dominante durante la mayor parte del Siglo XX. Las inversiones estadounidenses y la demanda de azúcar de la pujante industria alimentaria de ese país fueron factores clave de ese proceso. El incipiente Estado de inicios de ese siglo lo que hizo fue facilitar el proceso.

Los factores externos también fueron determinantes en el tránsito desde una economía azucarera y que impulsó un desarrollo industrial endógeno en los setenta, hacia una de zonas francas y turismo, y que liberalizaba el comercio y desmontaba la estructura de incentivos y política que impulsaban la industrialización sustitutiva.

En el caso de las zonas francas, el factor fundamental fue el estímulo arancelario de Estados Unidos para el ensamblaje de ropa con partes estadounidenses, y en el turismo lo fue una fuerte expansión de la demanda de viajes desde los países ricos, combinado el abaratamiento de los costos de transporte aéreo y la “tecnología del todo incluido”. Lo que hicieron las políticas nacionales fue allanar el camino con la devaluación del peso y la unificación cambiaria, las leyes de incentivos y la provisión de infraestructura básica.

A su vez, la apertura económica unilateral y negociada en acuerdos comerciales fue activamente promovida por los organismos financieros internacionales, y dictó el ritmo del retiro de los estímulos a la industrialización doméstica introducidos a fines de los sesenta.

Los factores externos

En este punto, lo relevante es identificar los factores externos que mayor incidencia van a tener en la economía dominicana y que muy probablemente serán determinantes principales de su reconfiguración. Siguiendo el artículo “República Dominicana en 2050”, son tres: el cambio tecnológico, el cambio climático y el desarrollo de energías renovables y de menor costo.

Los dos últimos van a tener efectos sostenidos pero graduales y de largo plazo. El cambio climático amenaza a la agricultura y al turismo de playa. A la agricultura porque afecta los rendimientos y por los eventos meteorológicos extremos, y al turismo por la subida del nivel del mar debido al calentamiento global.

Los cambios tecnológicos

Sin embargo, los rumbos específicos que tome el cambio tecnológico son inciertos. La cuestión de más interés para la economía dominicana es que una parte importante de esos cambios consiste en la robotización y la creciente incorporación de inteligencia artificial en la producción de manufacturas, es decir, de “máquinas que piensan” y que, ante situaciones diversas, son capaces de “entender” y reaccionar, cambiando las formas concretas en que trabajan para cumplir con la tarea encomendada. Hasta hace poco, ese tipo de trabajos estaban reservados para seres humanos, pero, con el uso de inteligencia artificial, las personas serán desplazadas por las máquinas inteligentes en muchas de esas tareas.

Para la República Dominicana, el problema es que muy probablemente eso provocará lo que se conoce como el “re-shoring”, es decir, la vuelta a los países ricos de una parte de la producción manufacturera que hasta ahora se está haciendo en países de bajos como el nuestro, en particular en las zonas francas. Ese trabajo lo podrían terminar haciendo máquinas en los países ricos, supervisada por personal muy calificado y vinculado a la investigación y al desarrollo, cuya responsabilidad es aprender continuamente para mejorar los procesos de automatización.

Lo que no está claro es qué tan rápido se produzcan esos cambios, en cuáles áreas se desarrollarán con más velocidad, y si éstos provocarán cambios disruptivos en las cadenas globales de valor en las que participan las empresas de zonas francas. ¿Podrían en corto tiempo introducirse cambios tecnológicos en la fabricación de artículos eléctricos como los ensamblados en los parques de zonas francas (breakers, dispositivos de seguridad, etc.) que hagan que numerosas plantas en el país sean cerradas? En 2017, había 20 empresas exportadoras de esos productos en las zonas francas del país, las cuales emplearon a más de 10 mil personas, y sus exportaciones ascendieron a 883 millones de dólares. ¿Y en dispositivos médicos y productos farmacéuticos como bajantes de suero, marcapasos y artículos desechables? En 2017 había 31 empresas participando en la fabricación de este tipo de productos en el país, las cuales exportaron poco menos de 1,500 millones de dólares y emplearon a más de 22,600 personas. En confecciones textiles había 100 empresas y 41 mil personas empleadas, las cuales exportaron algo más de mil millones dólares.

Lo que pase a nivel tecnológico puede ser tremendamente disruptivo para la inserción económica dominicana que se construyó desde los ochenta. La capacidad de resiliencia, es decir, de “aguante y adaptación”, parece reducida, y también parece que hay poca previsión al respecto.

La incógnita del comercio

Pero además de la incertidumbre sobre el impacto de los cambios tecnológicos, hay que considerar la relacionada con el marco del comercio internacional. La globalización y la apertura comercial global están siendo desafiadas. La exclusión que produjo la liberalización económica y comercial global a ultranza desde los noventa han contribuido a que desde el Ejecutivo en Estados Unidos se esté retando el orden económico que ellos mismos construyeron basado en el libre comercio, el establecimiento de reglas, el multilateralismo y la negociación.

No está claro el curso que ese desafío termine tomando, si será uno efímero y/o parcial (limitado a las reglas prevalecientes para con socios específicos) o uno que termine revirtiendo la globalización misma. Aunque este último escenario parece dudoso porque el impulso proteccionista se circunscribe a Estados Unidos y está lejos de tener consensos amplios, el poder del gobierno es muy grande y el peso que tiene ese país en la economía mundial. Tanto como para que un continuado impulso proteccionista unilateral resulte en represalias simétricas y amplias que conduzcan a un aumento generalizado de la protección, y a una reversión de la liberalización comercial internacional.

El costo de un movimiento en esa dirección para la economía dominicana sería enorme porque parte importante de la inserción internacional, la que se articular en las zonas francas y la participación en las cadenas globales descritas, se construyó sobre la base del libre comercio. El proteccionismo podría truncar esas cadenas y dejar al país a la deriva en materia de exportaciones de manufacturas.

La doble amenaza

En resumen, en los próximos lustros la economía dominicana en general, y las zonas francas en particular (exportaciones, empleos), enfrenta una doble amenaza: la de un rápido y disruptivo cambio tecnológico que lleve al menos una parte de sus procesos productivos basados en trabajo manual a la obsolescencia (nada nuevo en la historia de la producción en el mundo), y la de una reversión de la globalización y la erección generalizada de barreras al comercio que obstruyan los flujos de mercancías y debiliten las cadenas de producción. A más largo plazo, como se indicó, el turismo se enfrenta a las consecuencias del cambio climático.

Es probable que no veamos escenarios extremos en el plano tecnológico ni en el comercial. Sin embargo, esta reflexión sugiere que estamos montados sobre un entramado económico frágil, vulnerable y poco resiliente, y que, si no hacemos algo para cambiar eso, para fortalecer la capacidad de proteger a los posibles damnificados de shocks negativos (por ejemplo, la gente que pueda ser afectada por el desempleo) y de adaptarnos y encontrar nuevas oportunidades, el costo puede ser muy alto.

Otra vez, la educación y el aprendizaje tecnológico están en el centro de las respuestas, porque es lo que permitiría lograr las capacidades productivas necesarias para dar un nuevo impulso al desarrollo industrial en cualquier contexto, sea uno donde prevalezca, como hasta ahora, el libre comercio y la inserción a través de cadenas globales de valor, u otro en el que, debido al proteccionismo, estemos obligados a mirar más hacia adentro y hacia la región que hacia los países ricos.

En el primer caso permitiría superar los eslabones actuales donde predomina el trabajo poco calificado, escalar en esas cadenas para capturar partes crecientes del valor agregado incrementando los empleos de calidad, y reducir los impactos del cambio tecnológico. En el segundo, permitiría crear capacidades productivas nuevas en áreas que el libre comercio impide el desarrollo.

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