7ma. Palabra de Jesús en la Cruz.
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc. 23,46)

Llega el momento Supremo. El cuerpo desangrado de Cristo está pálido como la cera. Sus ojos están vidriosos y tristes, su cabellera en desorden cae sobre su rostro. Son los síntomas de la muerte inminente. Jesús va a expirar y a consumar el último episodio del gran drama de la redención.

El evangelista San Mateo dice que Jesús entregó su espíritu gritando de nuevo con voz fuerte. Y San Lucas afirma lo mismo: que Jesús gritó muy fuerte: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu y al decir estas palabras, expiró.

Esta fuerte voz de Jesús al expirar, cuando los moribundos son incapaces de hablar con esta energía y lucidez, hizo ver a los oyentes que moría no como un vencido, sino como un vencedor. Porque la verdad siempre triunfa.

Queridos amigos, este fuerte grito de Jesús se convierte hoy en la voz de los que no tienen voz. En aquellos condenados moralmente de la vida, extorsionados y autocensurados. Esa voz de los que no tienen voz está representada también en los medios de comunicación social, quienes juegan un papel fundamental en la difusión del mensaje; como creadores de pensamientos y opiniones; y en la difusión de la verdad.

Por eso, el uso que la gente hace de los medios de comunicación social puede producir efectos positivos o negativos. Aunque, se dice comúnmente que en los medios de comunicación social “cabe de todo”, los mismos no son fuerzas ciegas de la naturaleza fuera del control del hombre. Porque aun cuando los actos de comunicación tienen a menudo consecuencias no pretendidas, la gente elige usar los medios de comunicación con fines buenos o malos; de un modo bueno o malo.

Estas decisiones éticas, son importantes no solo para quienes reciben el mensaje, espectadores, oyentes y lectores, sino especialmente para quienes controlan los medios de comunicación social y determinan sus estructuras, sus políticas y sus contenidos. Incluyen a funcionarios públicos y ejecutivos de empresas, miembros de consejos de administración, propietarios, editores y gerentes de emisoras, directores, jefes de redacción, productores, escritores, corresponsales y otras personas. Para ellos, la cuestión ética es particularmente importante: los medios de comunicación social ¿se usan para el bien o para el mal?

La Iglesia asume los medios de comunicación social con una actitud fundamentalmente positiva y estimulante. No se limita simplemente a pronunciar juicios y condenas; por el contrario, considera que estos instrumentos no sólo son productos del ingenio humano, sino también grandes dones de Dios y verdaderos signos de los tiempos.

Pero ya se han vuelto evidentes para todos también los riesgos de una comunicación social carente de controles. Hemos descubierto, ya desde hace tiempo, cómo las noticias y las imágenes son fáciles de manipular, por miles de motivos, a veces sólo por un banal narcisismo. Esta conciencia crítica empuja no a demonizar el instrumento, sino a una mayor capacidad de discernimiento y a un sentido de la responsabilidad más maduro, tanto cuando se difunden, como cuando se reciben los contenidos. Todos somos responsables de la comunicación que hacemos, de las informaciones que damos, del control que juntos podemos ejercer sobre las noticias falsas, desenmascarándolas. Todos estamos llamados a ser testigos de la verdad: a ir, ver y compartir.

Desde hace varios años en la RD se ha estado desarrollando un ejercicio inmoral, antiético y sumamente dañino para la sociedad a través de algunos medios de comunicación con un mismo sector o grupo de “comunicadores o periodistas”; un chantaje y extorsión mediática.

La práctica consiste en ubicar a funcionarios públicos, empresarios y personas, investigar los negocios que puedan estar desarrollando y generarle informaciones en su mayoría falsas o tergiversadas para poder llamar la atención y luego enviarles un emisario a solicitar una alta suma de dinero para dejar de seguir atacándolos.

Esta práctica está tomando cada vez más fuerza, pues quienes la ejecutan son personas sin escrúpulos, que solo buscan dinero a toda costa y que no tienen reparos en decir a lo que se dedican, como en algunos medios ya lo han hecho.

No importa si tienen que dañar la reputación, la moral e integridad de una persona y con esto la de toda su familia y amigos. Lo que buscan es que los “callen” ofreciéndoles dinero. Si no les ofrecen dinero no cesan los ataques.

El principal medio por donde operan estos individuos es a través de las redes sociales, por el impacto que estas causan y el morbo que genera presentar información negativa sobre alguien.

Este grupo no es grande, pero cuando encuentran a una víctima, todos le caen juntos, buscando maximizar el daño que quieren causar. Pero resulta que luego aparece ante la persona afectada alguien que le ofrece una “solución”, ayudarlos a callar a esos medios pero que necesitan ofrecerles algo de dinero (esto según la cantidad de la cartera a la que atacan).

Esto es una bajeza total, un chantaje mediático el que la población está percibiendo como algo normal y que no podemos permitirlo.

Personas que reniegan de Dios, de la patria, que solo les interesa saciar sus apetencias de lujos y vida cara a costillas del chantaje, la manipulación y la tergiversación de informaciones.

El próximo lunes 5 de abril, es el Día Nacional del Periodista en República Dominicana, y este tipo de situaciones intentan empañar el verdadero espíritu de esta profesión tan importante para la democracia de un país, que es comunicar la verdad de la información ofrecida.

En esta séptima palabra podemos orar con Jesús en la cruz:
Señor, enséñanos a salir de nosotros
mismos, y a encaminarnos hacia la búsqueda
de la verdad.

Enséñanos a ir y ver,
enséñanos a escuchar,
a no cultivar prejuicios,
a no sacar conclusiones apresuradas.

Enséñanos a ir allá donde nadie quiere ir,
a tomarnos el tiempo para entender,
a prestar atención a lo esencial,
a no dejarnos distraer por lo superfluo,
a distinguir la apariencia engañosa de la verdad.

Danos la gracia de reconocer tus moradas en el mundo
y la honestidad de contar lo que hemos visto. Amen.

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