Volver a escribir -y hacerlo con el propósito de que los oídos de la sensibilidad humana oigan- sobre la niñez desamparada, la que conforman los niños harapientos que deambulan por calles y avenidas de nuestro país, es “llover sobre mojado” y sin esperanza de que llegue una positiva reacción.

Recalcar respecto a los niños llamados “de la calle”, que nunca han tenido la debida protección del Estado (es decir, de ningún gobierno desde tiempos inmemoriales), también es recordar el mítico Sermón de Adviento pronunciado en 1511 por el humanista sacerdote Fray Antón de Montesinos.

La proclama de Fray Antón de Montesinos pasó a ser calificada como “la voz que clamaba en el desierto”.
Precisar que esa fue una denuncia fundamentada en duros (y justificados) ataques a los vejámenes de los conquistadores españoles contra los indefensos indígenas.

No obstante, hay que insistir de que a los niños indigentes, desamparados, la mayoría sin recibir el calor y de sus padres, encuentren algún día la necesaria protección del Estado y que no tengamos que repetir que “esos niños harapientos y pedigüeños pasen a ser los delincuentes del futuro”.

El planteamiento más firme -el que obedece a un criterio humanista y que se enmarca en lo verdaderamente humano- reclama que el Estado dominicano, sin más dilación, dé la necesaria protección a la niñez que nada tiene.

Insistir que se trata de una niñez sin esperanza de avanzar en los fundamentales segmentos educativo, económico y social de la turbulenta sociedad dominicana.

Hace como dos años, en esta misma tribuna, escribí que “el grave peligro que puede atacar a los niños de la calle, es el de caer en actividades que constituyen a veces los únicos medios de supervivencia como la prostitución, el consumo de drogas y varias formas de conducta criminal”.

Asimismo, cuando se exponen ideas sobre los niños indigentes, debemos citar a la Unicef (Fondo de la Organización de las Naciones Unidas para la Infancia).

Sobre este aspecto subrayar que la Unicef, con un criterio de sensibilidad social y unida a su deber de protección a los infantes que sufren la más abyecta pobreza, es un organismo que hasta el cansancio manifiesta que cuidar de los niños pobres de todo el orbe, “constituye la base del desarrollo humano”.

Pero, al fin, ¿cuándo tendremos la grata noticia de que el Estado dominicano tendrá un programa que se pueda poner en práctica en favor de la niñez indigente y desamparada?

¡No perdamos la esperanza de que algún día nos llegue esa esperada noticia!

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