Estoy firmemente convencido de que el motorista pertenece a una subespecie no clasificada en el reino animal y que el espécimen criollo, muy abundante en toda la geografía nacional, presenta características peculiares, que la hacen especial. Pudiéramos sugerir, sin rigor profesional alguno, el nombre científico de: “motoristus Dominguense” con variantes de mayor o menor “virulencia” y contagio. Todo comenzó cuando el dominicano, en sus perennes ínfulas de poseedor de un transporte propio, alcanzó nivel adquisitivo suficiente para poder comprarlo. Los japoneses, como justa “venganza” por la atrocidad de Hiroshima y Nagasaki con sus bombas atómicas contra una nación rendida y un pueblo inocente, comenzaron la fabricación de las motocicletas Honda 50, a precios increíblemente bajos. Era una versión más práctica de la romántica motocicleta italiana Vespa, con ruedas más grandes y más potencia. Superada esa etapa tocó a los chinos aprovechar la experiencia japonesa y con tecnología propia, producir un artefacto metálico “afórrao de plático” con muchísimo colorido, potente motor y ahora con bocina de camión, que hace juego con la temeridad del criollo y que lo lleva a andar como “la jonder’diablo”, uno “farole que alusan como lo tisone del infieino” y lo de “atrá azule que encandilan”. Bajo la premisa de que cabe por “toa palte” y rápido, “si hay espacio yo quepo” parecería decir el conductor del “bípedo” rodante, donde la precaución “e pa lo pendejo”. Tengo la teoría, de que existen invisibles, vías subterráneas para motos, de donde salen transparentes hasta tenerlos encima y así, ya los ves. De la misma manera los supongo desplazarse muy por encima de las vías públicas y se materializan en un abrir y cerrar de ojos en frente de tu vehículo o al costado, a la vez que te dejan una nutrida cicatriz longitudinal. Cuando encuentran un vehículo estacionado o que simplemente perturbe su tránsito, giran hacia la izquierda, con particular descuido y riesgos de morir como frito verde, aplastado. El hacer “uilin” o “calibrarlo” consiste en desplazarse con la rueda delantera al aire, en manifestación de “hombría confundida”, irresponsabilidad donde se pierde la visión y percepción adecuada, pudiendo ocasionar un trágico accidente donde la victima bien pudiera ser un inocente, como suele ocurrir. Esto siempre a gran velocidad, como acto de circo con público pendiente. El que aprende en motocicleta, queda “marcado” con esos principios y son los conductores que se meten por sitios inverosímiles y en ocasiones en vía contraria y que entienden que pueden constituir un cuarto y un quinto carril, cuando hay tránsito detenido. Las iglesias bien debieran instituir oraciones para protegernos de estos especiales sujetos, con más derechos que el ciudadano común y con más posibilidades de ser “padre de familia”; otra oración para protegerlos del que lo embiste, de el que no lo ve o ignora…. y amén.

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