El fin de un liderazgo no se decreta; aunque hay signos que nos indican cuándo un determinado liderazgo -político, empresarial, social o religioso- ha entrado en declive porque sus ideas, legado o visión ya no sintonizan con el contexto de una realidad actual que exige y demanda de otras lecturas o reorientación social, cultural y hasta gerencial.

De modo que, si bien un liderazgo, en este caso político -que es el más desgastado o en descrédito-, pudiera estar entrando en declive, rechazo o pérdida significativa de empatía -electoral-ciudadana-, eso no puede leerse como que ese liderazgo perdió toda la atención pública o que no pueda seguir gravitando en el escenario social de un país o comunidad cualquiera. Por supuesto, ha habido casos de liderazgos cuyo descrédito público los ha llevado a auto-replegarse, jubilarse o hacer de puente o acicate a la permanencia de una realidad sociopolítica de resguardo o de relativa ventaja-vigencia ya reducida, pero, en todo caso, suficiente para mantener retazos de poder e influencia (fue el caso de Joaquín Balaguer, por su prolongada gravitación política y mesianismo).

Lo que jamás se podrá conseguir es decretar la muerte social de un liderazgo mientras éste mantenga ciertos resortes de poder o actúe en una sociedad de escaso desarrollo institucional, de tal forma que el colectivo ande tras lo primario o subsistencia que es, lamentablemente, el caso de Latinoamérica, África y parte de Asia. De modo que aquí, los liderazgos, después del declive o rechazo electoral, siguen vigentes, gravitando o “facilitando” cierta gobernabilidad o equilibrio de poder. Pero tampoco se descarta que, como Nicolae Ceausescu o Muammar Gaddafi, encuentre un desenlace fatal o sangriento -y ello nos trae algunas incógnitas: ¿cómo será el desenlace o evolución sociopolítica en China, Cuba, Venezuela o Nicaragua?-.

Sin embargo, no sólo en las dictaduras se estará -o se está- dando el fenómeno, pues acaso qué son los outsiders sino expresiones del mismo cansancio o agotamiento de un modelo -régimen sociopolítico-jurídico global (derecha-izquierda)- de liderazgo que ya no encaja, por múltiples razones, en lo que es el poder hoy día (amasijo de intereses geopolíticos corporativos que exige tecnología y gerencia pública eficaz).

Claro que hay países, como el nuestro y otros, que tendrán que sufrir por más tiempo la gravitación de ciertos liderazgos políticos, empresariales y de otras índoles; pero, sin duda, que irán avanzando a otro estadio sociopolítico, aún no definido del todo, ya gradual o de mala manera. El desenlace, en todo caso, lo decidirá cierta reticencia o el ímpetu colectivo.

Finalmente, para mí, el prototipo de liderazgo eficaz e inteligente es el de José Mújica -ex presidente de Uruguay- que, aún fuera del poder, se sostiene de sus ideas -fuera de consideraciones políticas-ideológicas- sin acariciar o reclamar retazos de poder y, al mismo tiempo, es un referente universal de honestidad y de que hay utilidad social constructiva cuando un liderazgo sabe hacer el aterrizaje (es decir, sabe apearse del poder). Lamentable, en nuestro país, estamos, todavía, en los extremos: no saber apearse o el querer reducirlo a desecho. Ambos extremos no son aconsejables.

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