En nuestro hemisferio el ejercicio del periodismo y la propia libertad de prensa se han convertido en una problemática de doble cabeza: a) por un lado, el peligro que encierra ejercerlo con apego a una deontológica inquebrantable y de compromiso social con las mejores causas, la democracia y la denuncia responsable frente al poder y la delincuencia organizada narcotráfico y ciberdelincuencia (sin obviar la mediatización de algunos dueños de medios).
Pero donde el fenómeno llamado libertad de prensa adquiere su mayor dimensión y costo humano es en México; por supuesto, sin dejar de mencionar que, en Nicaragua, Cuba y Venezuela, es donde se agrava con leyes mordaza (o “Habilitantes”), persecución, cárcel, autoexilio o el vil asesinato cuando disidentes, ciudadanos, oposición política, periodistas, curas o pastores asumen la crítica social para denunciar los atropellos, vejaciones y crímenes; y b) la degradación del oficio vía la participación abierta de “periodistas” en actividades políticas en todo su derechos cívicos-ciudadanos, pero en desmedro de la ética periodística-, voceros de proyectos presidenciales, “consultores” y asesores de grupos empresariales para posicionar agendas corporativas o sus pupilos-candidatos, bocinas pro-gobierno u pro-oposición -ninguno de gratis; y, finalmente, asalariados de agendas supranacionales (oenegés y franjas de la sociedad civil).
Y hay que subrayarlo -lamentablemente-, en nuestro país es donde, quizás, con más virulencia ha hecho raíz esta última modalidad de degradación del ejercicio del periodismo, a través de la proliferación de “comunicadores”; al punto de llegar -no pocas veces- a “Mercado persa” con el agravante de la incursión de influencers, “periodistas” o interactivos de redes sociales, al por mayor y detalle, que pueden caer tan bajo haciendo de sicario mediático, peones de la judicialización de la política o de la malsana práctica de titular-condenar como ya es costumbre en algunos medios.
Todo un cuadro degradante y lesivo para una profesión pieza angular de la democracia y de sus valores más preciados: libertad de expresión ciudadana y crítica periodística responsable y sin cortapisa.
No obstante, ambos lados de la moneda -riesgo-cárcel-muerte, autoexilio; o, la degradación vía corporativa, autocensura o renta pluma- no dejan de ser dos extremos condenables que una minoría de periodistas y directores de medios se afanan, a diario, en aminorar o rechazar hasta donde el poder o los oligopolios empresariales de prensa, bajo múltiples subterfugios, los echan o los “convencen”.
Pero, sin duda, la situación más condenable y riesgosa la viven y padecen aquellos periodistas y medios apegados a una ética periodística digna e inclaudicable por encima de riesgos, cárcel, amenazas o, como en México, la impotencia del poder ante la delincuencia organizada y el asesinato de periodistas (!Que desgracia!).