Llueve, llueve mucho, lo cual es bueno, lo cual es malo. La lluvia nos trae recuerdos de infancia, cuando bañarse en el “aguacero” era un deleite y cantábamos: “Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva…”. Y cuando hacer carreras de “barcos” con palos de fósforo o tapitas en el contén, eran de rigor. La alegría era desbordante.
Llueve, llueve mucho, lo cual es bueno, lo cual es malo, dependerá. Mientras los niños celebraban el agua “bendita”, algunos adultos salían, con paños en la cabeza o gorras y sombreros, y tiraban la basura acumulada en la casa al contén, para que la presión se la llevara. La cual terminaba acumulada en la parte más baja del barrio y tapando el sistema de alcantarillado. La inocencia de los niños se mezclaba con la falta de civismo de los adultos.

Llueve, llueve mucho, y con las primeras gotas, a veces, parece llegar un mágico olor que nos trasporta al barrio o al campo de la niñez; y recordamos el sonido del agua al caer en el zinc. Para otros, es el preludio de malos momentos, por las condiciones en que viven, cerca de “ríos, arroyos y cañadas”. Para ellos la lluvia puede ser el inicio de pérdidas que, muchas veces, exceden lo poco que materialmente puedan tener.

Llueve, llueve mucho, y la lluvia desenmascara la ineficiencia estatal/municipal. En muchos lugares, desde hace años, desde que llueve, se sabe que se hará “un brazo de mar”. Entonces, se “arma un tapón”, pues los vehículos pequeños que se atreven a intentar la travesía y cruzar, procuran ir despacio, bien pegados, de algún vehículo grande que vaya delante. El resultado: vehículos quedados, mucha basura acumulada y, se puede ver también, algunos jóvenes con el agua hasta la cintura muchas veces, esperando que algún vehículo se apague para ganarse algún dinero por empujar y sacarlo del agua. Y esto en algunos lugares es casi parte del paisaje, tiene tanto sucediendo que lo vemos como algo normal.

Llueve, llueve mucho, lo cual es bueno, lo cual es malo. La lluvia nos unifica en la alegría y nos golpea en la desgracia; nos recuerda la falta de civismo y la eterna ineficiencia estatal en ciudades que crecen horizontalmente, con poco o ningún orden, con drenajes pluviales deficientes.

Llueve, llueve mucho, y la lluvia convoca a un “asopao” o a un “sancocho” jugando dominó, con un buen trago, “como Dios manda”. Otros, en cambio, corren a “encaramar” sus cosas, pues el agua entrará inevitablemente: el río buscará su cauce, o la cañada subirá: aguas negras, malos olores y mucha basura.

Llueve, llueve mucho. A otros la lluvia les trae recuerdos de seres queridos, la nostalgia se hace dueña. Incluso, a veces, alguna lágrima se ve caer por las mejillas, un leve quejido, un suspiro.
Por eso la lluvia, en exceso, es buena y es mala. Como Jano, el dios bifronte, es luz y es sombra. Alegría y tristeza. Desorden y armonía. Pasado y presente.
Llueve, llueve mucho…

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