Montpellier, Francia. Los “Estivales” de Perols, pequeña comuna, al sur de Montpellier, en Francia, se celebran cada año, desde junio hasta finales de agosto y consisten en actividades diversas que van desde corridas de toros en la Arena del poblado, bailes, concursos variados; además, de encierros de toros en las calles protegidas por jinetes montados en típicos caballos de la región vecina “La Camarga”, lanzadas tierra de salinas y arroces rojos, blancos y negros.
Así, durante los estivales, desde que llega el viernes, los comerciantes de Perols, productores locales de vinos, aceite de oliva, quesos, embutidos, etc. se apresuran en armar sus estantes en las estrechas calles para ofrecer al público comidas, bebidas y artículos artesanales.

Es costumbre también del alcalde ofrecer el aperitivo a todos los presentes, al iniciar la sesión, en junio, y al finalizarla en agosto. La alcaldía brinda la oportunidad a las bandas de músicos y cantantes de Perols y sus alrededores para animar con canciones y bailes.

En agosto pasado, al caer la tarde, llegamos a Perols y, para gran sorpresa nuestra (sobretodo mía), remarcamos a lo lejos la bandera dominicana, mi bandera tricolor que, junto a la bandera del país vasco, empezaban a colocar en los estantes del Café Floride.

Al llegar al Café, le pregunté al señor que arreglaba el estante si en el lugar había un(a) dominicano(a) y me respondió que no.
Enseguida le expliqué mi asombro al ver la bandera de mi país en el estante. Su respuesta fue sencilla: estuvo de vacaciones en Punta Cana, le gustó la bandera y la compró, y, cuando hay actividades similares, la coloca en su estante… porque le gusta nuestra bandera.

Desde entonces, la cerveza que Jean, mi esposo, toma cada semana en ese café, mientras yo compro el pan, le sabe mejor.

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