Como docente universitario por casi dos décadas, resulta axiomático advertir la falencia existente en los discentes del nivel superior a la hora de acometer cualquier actividad didáctica que guarde relación con alguna composición retórica propia del género académico, cuya causa probablemente radique en el precario desempeño de nuestros alumnos en el área de la lectoescritura, calistenia cerebral que debe ser cultivada desde las primeras letras recibidas en el claustro hogareño bajo la directriz de los padres de familia, por la responsabilidad derivada de la patria potestad, a sabiendas de que corre por cuenta suya fomentar el hábito de la lectura comprensiva, así como la escritura creativa en cada uno de sus hijos y proles para propiciar el condigno rendimiento escolar futurible.

Pues bien, tal como si estuviésemos hablando de las eras geológicas, la educación superior suele bifurcarse en terciaria para referirse al programa formativo que debe cursar todo discente que procure obtener un diploma de primer nivel en este tipo de enseñanza universitaria, como pudiera ser el grado de licenciatura o ingeniería en cualquier área del saber científico.
Asimismo, en la aristocracia ilustrada, también cabe platicar sobre la instrucción cuaternaria, o bien acerca de los estudios de posgrado, cuya taxonomía comprende la especialidad, la maestría y el doctorado.

Así, debido a la fuerza que han ido cobrando los estudios cuaternarios, hay cabida incluso para hablar del aprendizaje postdoctoral, por cuanto urge sincerar los géneros escriturales de la educación superior, dado que a cualquier trabajo conclusivo para la titulación universitaria suele denominársele tesis, lo cual puede verse como una pretensión hueca que raya en el autoengaño, ya que en esencia tales textos académicos en su mayoría distan mucho de merecer semejante categoría científica.

Por tal razón, en las naciones europeas, la tesis como discurso científico sólo queda reservado para el doctoramiento, en tanto trate de un estudio de posgrado o cuaternario, calificándose por consiguiente los demás géneros escriturales de la enseñanza superior, ora como trabajo final, memoria o informe de grado, o bien como monografía o tesinas, cuya extensión suele situarse muy por debajo de las cien páginas.

Entrando en materia, un primer género escritural vendría a ser en nuestra propia realidad circundante la tesina monográfica, traducida como una especie de investigación bibliográfica, realizada sobre un tema muy delimitado bajo la cobertura de un curso equivalente a la memoria final de grado. A lo sumo, puede verse como un escrito dotado de una extensión máxime de cincuenta folios, cuyo desarrollo expositivo tiende a soslayar la demostración de hipótesis, pero donde además queda eximido del rigor metodológico inherente a otros tipos de indagación epistémica.

Luego, habría cabida para la tesina memorial, denotada como una disertación escrita, anclada en una investigación científica que se realiza sobre un tema problematizado y delimitado, ínsito al programa de estudio impartido, texto discursivo que ha de estar provisto característicamente de rigor metodológico, cuyo desarrollo expositivo puede comprender la demostración de una hipótesis, en una pieza retórica oscilante entre cincuenta páginas y setenta y cinco folios bajo la dirección de un asesor experto en el eje sustantivo objeto de indagación gnoseológica, así como en las pautas técnicas del trabajo epistemológico.

Como el estudio de especialización universitaria, carece por práctica consueta de género escritural, viene entonces en tal nivel educativo la tesina maestral que suele ser un texto discursivo, dotado de diseño metodológico avanzando, donde queda inserto como requisito académico la demostración de una hipótesis de trabajo científico que ha de desarrollarse en términos epistemológicos con una extensión oscilante entre setenta y cinco y cien folios.

Por último, viene a sobresalir el concepto de tesis, reservado para emprender una disertación escrita, de cuyo meollo cabe colegir que se trata del trabajo de investigación por antonomasia, asignado a todo graduado que procura doctorarse en una determinada área del saber epistemológico, donde resulta muy obvio que este texto discursivo concluya arrojando aportes significativos dentro del campo de la ciencia, ya sea básica o aplicada.

Ahora bien, si aún sigue habiendo decantación por el uso del término tesis con valor unívoco, entonces que valga adjetivar dicho término mediante el apelativo correspondiente para que sea monográfica, memorial, maestral o doctoral, granjeándose en consecuencia el sesgo grandilocuente que por idiosincrasia tiende a cobrar inusitada vigencia en nuestra realidad circundante.

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