Martí murió un 19 de mayo de 1985, hace 128 años, en Boca de Dos Ríos, Cuba. Al morir nació la estrella, eterna. Los pueblos necesitan símbolos. Martí es un símbolo y, como son los buenos símbolos, los de verdad, todos lo quieren tomar como estandarte, sin importar cómo se piense. Algo así como sucedió con Nietzsche. En cierta forma los buenos símbolos son inaprehensibles, pero deben estar al alcance de todos, así sean tergiversados.

La simbología martiana concentra a todo un pueblo, el cubano. Martí es la encarnación del intelectual que lucha contra un imperio, con lo que tiene a mano: sus ideas y su palabra. Vivió en el monstruo y le conoció las entrañas. Al efecto, Martí creía en la independencia y, a la vez, en la unidad americana: “Esto es aquello, y va con aquello, (…), Hagamos por sobre la mar, a sangre y a cariño, lo que por el fondo de la mar hace la cordillera de fuego andino”, escribe en la famosa carta dirigida a don Federico Henríquez y Carvajal, el 25 de marzo de 1895, días antes de partir hacia la guerra y hacia la muerte en Cuba. Sin dudas, esta carta es un anhelo de unidad.

Martí, desde el primer momento, fue asumido como símbolo del movimiento político liderado por Fidel Castro y de la posterior revolución triunfante. Incluso, en el famoso discurso de defensa, tras el asalto al cuartel Moncada, el joven Fidel Castro quiso fusionarse con los ideales martianos, hasta asegurar que el apóstol había sido el jefe intelectual y político del movimiento para derrocar al dictador Fulgencio Batista. Ya en el poder, eran constantes las citas martianas en los discursos de Castro y las fotografías en las que alguna imagen de Martí estuviera de fondo. También, por si fuera poco, al morir fue enterrado en el cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, donde está enterrado Martí.

Y en el país, ¿cuáles símbolos tenemos que nos representen a todos o, por lo menos, a la mayoría? ¿Será ese símbolo Duarte, nuestro atormentado Padre de la Patria? Realmente, en el país, ¿queremos ser como él? ¿Es su ejemplo el faro de luz que ilumina nuestra conducta pública? ¿Podemos decir que somos duartianos? O ¿Será otro el símbolo nacional? ¿Cuál será? O ¿Serán varios, cuáles serían estos? ¿En qué creemos? ¿Qué veneramos? ¿Qué respetamos? ¿A dónde queremos ir como sociedad?

Las preguntas no acaban. Las respuestas serían una guía para saber dónde estamos, qué hacer para mejorar y hacia dónde vamos.

En Cuba, amén de política de Estado al efecto, podríamos casi afirmar que el pueblo cubano venera a Martí de manera honesta y libre. Pero aquí, si pensamos en Duarte, casi lo desconocemos y es sacado por el Estado del oscuro baúl donde está guardado, solo en una o dos fechas nacionales, para que sirva de parapeto para justificarnos, y luego es tirado, otra vez, al zafacón. Es necesaria una política de Estado al respecto.

¡Loor al eterno Martí, rescatemos al casi olvidado Duarte!

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