Las elecciones de 2020 tienen el récord de mayor abstención electoral de la República Dominicana desde la dictadura de Trujillo. El 44,71% de los votantes no acudió a las urnas.

En aquel momento, la causa del abstencionismo se orientó hacia la pandemia y las restricciones asociadas a la misma. Sin embargo, las elecciones anteriores marcaban una línea creciente en ese sentido: en 2016 fue de 35%; 2012 alcanzó 29.77%; en 2008 llegó a 29%.

Dicho de un modo más llano, aunque la Covid-19 influyó en el abstencionismo, las causas de la indiferencia del electorado pasan por otro lado. Sobre todo, si se considera que República Dominicana sólo fue el punto de partida de una tendencia que se extiende por toda la región. Desde Argentina hasta Costa Rica y Colombia, los altísimos niveles de abstención llaman a preocupación entre analistas políticos.

Los análisis en torno al riesgo que corren las democracias latinoamericanas a causa de este fenómeno son muchos. También abundan las reflexiones en torno a la capacidad de aglutinar electores que están fortaleciendo los grupos o muy a la izquierda o muy a la derecha, por lo regular en favor del autoritarismo.

En otro momento se podrá considerar esta cuestión con más detalle. Por lo pronto, lo más relevante tiene que ver con la pérdida de confianza de la ciudadanía en el sistema de partidos.

Los datos del Latinobarómetro de 2021 muestran que sólo el 21% de los dominicanos confía en los partidos políticos del país. Esa desconfianza se manifiesta en las urnas y puede estar hablando de varios fenómenos:

Primero, la sociedad cambió. Con ella se transformó el modelo de participación social de la ciudadanía.
En la República Dominicana, más del 37% del electorado tiene entre 18 y 35 años de edad. La tendencia es que ese margen continúe ampliándose.

Es decir, el grueso de los votantes del país está compuesto por millennials y centennials. Se trata de la población que manifiesta afinidad con causas de movilización social, la que está conectada y la que responde a iniciativas colectivas.

Segundo, los viejos discursos y estructuras políticas pierden vigencia a marchas forzadas. Y en esa pérdida, la ciudadanía pareciera quedarse sin opciones cónsonas con sus demandas y expectativas. La reacción es abstenerse e incrementar la desconfianza.

En este punto entra la suspicacia que generan las narrativas de estructuras ancladas al pasado. Un candidato movilizándose de acuerdo a lo que cree que esperan las masas, aunque esa conducta no tenga nada que ver con su imagen, profundiza el escepticismo alrededor de su campaña.

Aquí cabe pensar la campaña política bajo el prisma de los proyectos de impacto social. Es decir, llevar una candidatura desde el proyecto en la comunidad hasta las urnas, en vez de sentarla sobre la base del eslogan y el bandereo.

Pues, aunque el mitin y el bandereo tienen sus atractivos, multitud no es sinónimo de votos. Ocurre como con las grandes cuentas de redes sociales, muchos comentarios y likes no son indicadores de intención de voto.

En cambio, proyectos centrados en la construcción de comunidades activas pueden tener un impacto real. Por un lado, invertir en conocer las demandas sociales e involucrarse en las mismas facilita tanto la comprensión del electorado como la construcción de un liderazgo real.

El ejercicio de captar recursos y voluntades para el proyecto de la comunidad, transparentar los resultados de las gestiones mediante indicadores y fuentes de verificación, aporta una previsualización de lo que podría llegar a ser la gestión. Es decir, el discurso político se construiría en el campo, entre la gente y con acciones específicas.

Claro, siempre se requerirá la campaña y la estrategia. Pero la cohesión de las bases será fuerte y girará en torno a causas y liderazgos.

Esto está supuesto a reducir las actividades clientelares. Es decir, se trata de invertir en reforzamiento democrático y reducción de costos en “logística”.

Esta línea de pensamiento forma parte de la exploración que realizaré en el marco del congreso Iberoamericano de Comunicación Política, a celebrarse los días 03 y 04 de agosto, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Tengo el convencimiento de que construir una generación de hombres y mujeres que ejerzan la política desde el activismo social es mucho más acorde con las demandas de confianza de la ciudadanía, la transformación de estructuras sociales y la generación de bienestar de los pueblos.

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