La pandemia ha alterado la vida de prácticamente todo el mundo, aunque distintas características como la edad poblacional, el clima y otros, han provocado un impacto mucho mayor en algunos países, como sucede en Europa, y una menor letalidad en otros, como afortunadamente es nuestro caso.
Algunos subestimaron sus efectos pensando que sería cuestión de unos cuantos meses, cuestionaron su existencia o prefirieron dedicar mayor tiempo a propagar tesis de conspiración respecto de su origen que a cuidarse, pero la triste realidad es que a un año del anuncio público de su inicio y a pesar de que gracias a los esfuerzos de muchos científicos ya tenemos distintas vacunas disponibles, nadie puede predecir con exactitud cuando finalizarán sus efectos y retornaremos a la rutina, pero lo cierto es que aún faltan meses.

Los efectos económicos son cada vez más contundentes, pues no se trata solo ya de la pérdida de empleos, de la suspensión de contratos de trabajo, del cierre de sectores o la actividad parcial de otros, de la merma de ingresos de trabajadores informales, entre otros, sino de que el efecto combinado de las restricciones sanitarias en cada país, la afectación de la salud de las personas, la reactivación gradual, más otros factores, están provocando aumentos de las materias primas y productos agrícolas como el maíz, la soja, el trigo que impactan los precios de alimentos y bienes, aumentos de las tarifas de transporte marítimo y escasez de contenedores, a lo que se suma la posible reversión de la reducción de los precios del petróleo producto de la baja en la actividad económica.

Es momento de pensar y actuar colectivamente, de comprender que las soluciones requieren el esfuerzo y el sacrificio de todos, que no es cuestión de sentarse en el banco a criticar cada movimiento de las autoridades, o de intentar sacar notoriedad o beneficio político con declaraciones populistas o irreflexivas, porque si estas fallan perderemos todos, y por el contrario, es hora de todos contribuir aportando ideas y siendo parte de la solución, y no multiplicando los problemas, y de que situaciones que se han arrastrado durante años sean corregidas, aunque eso signifique afectar poderosos intereses.

Más que nunca debería primar el bien común, haciendo que se administren los recursos con superlativa eficiencia, y se reduzcan aquellos factores que inciden en los precios de bienes y servicios que pueden ser reducidos, como los costos por redundancias provocadas por la burocracia, por obstáculos a la libre empresa, por intermediaciones innecesarias, por prácticas anticompetitivas, por comisiones excesivas, o tasas ilegalmente convertidas en impuestos.

Hemos hablado durante años de mejorar la competitividad del país reduciendo trámites que se duplican, costos que se multiplican por ineficiencias de servicios públicos, inversiones que se ahuyentan por apetitos desmedidos de funcionarios o ineptitud para entender su rol, gastos públicos que se aumentan por malas contrataciones plagadas de corrupción o por clientelismo político, pero es hora no solo de hacer lo necesario desde la perspectiva pública sino también la privada, reduciendo costos y dejando atrás el incumplimiento de la ley o la asimetría en su aplicación, que han facilitado que algunos se sirvan con la cuchara grande sin mayor regulación o se hayan adueñado de sectores, o acostumbrado a situaciones insostenibles.

Hay mucha tela que recortar y la gravedad del momento debería ayudar a que todos entendamos que no habrá recuperación sin turismo, y que por eso debemos cuidarlo y evitar medidas draconianas que desmotiven el ingreso de visitantes, que no puede haber competitividad sin cumplimiento con la ley, y eliminación de trabas y duplicidades, ni desarrollo sin educación, salud, transporte, energía, agua potable de calidad para todos.
Pero para lograr esto no se trata solamente de reformar el Estado, sino todo el quehacer económico, profesional, sindical, gremial, social y ciudadano, y el anunciado “gran pacto por la crisis” y el pacto fiscal deberían ser el escenario para demostrarlo. Ojalá comprendamos que se trata de que cada uno cumpla con su tarea y esté dispuesto a ceder la parte que le toque, para que la tela alcance para todos.

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