Job es el ejemplo bíblico de perseverancia que nunca claudicó; a pesar de las tragedias materiales y familiares, se mantuvo inalterable en su fe que luego Dios retribuyó en abundancia. A ese mártir deberíamos invocar cuando se ponga a prueba nuestra cordura.

Que el espíritu de ese enviado del Señor interceda por nosotros en los tapones para soportar a los desaprensivos que se atraviesan, aunque hayamos esperado nuestro turno y se nos conceda una ración extra de calma para los motoristas; que ese agente no decida dirigir el tránsito, justo cuando funciona el semáforo, dejando pasar a los imprudentes y que entienda que todos queremos llegar temprano a nuestros destinos. Que en las filas interminables para un servicio público podamos respirar hondo e ignorar a ese vivo que quiere tomar el mejor lugar haciendo gala de su encanto; que, mientras se espera un parqueo disponible donde ya no los hay, esa señora entienda que no es el momento de chatear y revisar la cartera con lentitud y que nuestra mano se resista a darle unos buenos bocinazos que la despabilen.

Que no nos desesperemos con ese empleado displicente que prefiere hablar por teléfono que atendernos, cuando tengamos el tiempo contado; que aguantemos que ese secretario regrese de tomarse su desayuno a media mañana y todavía llegue y no nos haga caso porque tiene mejores cosas qué hacer que oír las necesidades de un usuario; que consideremos a ese compañero que con sus situaciones personales retrasa el trabajo colectivo que luego tendrá que distribuirse entre los que sí cumplen con el suyo.

Que se apiaden de nosotros ante esos médicos que llegan a la consulta despreocupados, ignorando al que ha permanecido la mañana completa en espera; que resistamos la tentación de insultar al vecino que ha encendido el radio a todo volumen un día laborable y nos evita descansar; que ese discurso interminable concedido al invitado de honor no nos provoque bostezos; que esa señora parlanchina que repite las historias no nos enerve y con serenidad le sonriamos.

Que esperemos que el mecánico repare bien el carro, el plomero las tuberías y el electricista el cableado , sin que haya que llamarlos de nuevo porque persista el fallo. Al bueno Job que nos transmita paz para el impertinente, comprensión para el lerdo e indiferencia para el intrigante; que nos impermeabilicemos de incomodidades para que se nos resbalen, sin antes perder el juicio. Busquemos la humildad del profeta para tener una pizca de su paciencia que, si bien no nos hará santos, por lo menos más tolerantes. Amén.

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