Todo el mundo aspira a tener mejores servicios públicos, más oportunidades, mejores retribuciones y condiciones de vida, pero no tantos comprenden que ese propósito no se logra ni en un día, ni en un año ni en varios, sino que debe ser un esfuerzo constante e infinito que deberá atravesar por momentos vías escarpadas u oscuras, y que no hay atajos confiables.
A veces se tiene la impresión de que en nuestra sociedad existe una especie de cultura perniciosa que hace que en vez de valorar lo que se tiene y ser parte de su mejoría, sea un trabajo, un cargo, una oportunidad, un programa de ayuda, se busque aprovecharse sin importar los perjuicios que se ocasionen con tal de extraer un beneficio particular, unas veces alto, otras incluso poco significativo, comparado con el daño provocado.

Pensar que en medio de la desolación que ha producido esta pandemia algunos se hayan dedicado a estafar planes de asistencia social para enriquecerse despojando a personas vulnerables de recursos para subsistir, genera rabia y frustración ante la magnitud de los vicios enraizados en nuestro tejido social, pues según se ha informado, las estafas se produjeron específicamente en colmados y almacenes a los que se les dio la oportunidad de ser parte de la red de asistencia social, muchos de los cuales probablemente eran también parte de los negocios que vendían las bebidas tóxicas que han envenenado a tantas personas o les han afectado severamente su salud, los cuales como se ha dicho era imposible no supieran que eran adulteradas por su bajo precio.

Mientras las pruebas PCR para detectar el SARS-CoV-2 fueron gratuitas, lo que sucedió desde el inicio de la pandemia en el país hasta hace poco que se limitó a una al año, pocos se interesaron en conocer de dónde salían los recursos para costearlas, que en un inicio fueron de reservas del Seguro de Riesgos Laborales por pagos en exceso de los empleadores acumulados históricamente y luego del fondo de salud del Sistema de Seguridad Social, ni se preocuparon por cuestionar por qué su ARS o aseguradora de salud no las cubría o por exigir que lo hicieran bajo ciertas reglas; aunque era obvio que en un país con tantas necesidades era insostenible esa llave abierta, que muchos usaron irresponsablemente, por aquello de que a lo que nada nos cuesta hagámosle fiesta.

El alto ritmo de endeudamiento impulsado por anteriores autoridades que en gran medida se despilfarró en corrupción, malas inversiones y gastos, limita las posibilidades actuales de seguirnos endeudando sobre todo ante el justificado incremento del año pasado por la crisis económica derivada de la sanitaria, lo que debería hacernos entender que la única manera de enfrentar los grandes retos y atender las tantas necesidades es con un pacto fiscal que mejore la calidad del gasto, desmonte las duplicidades, irracionalidades y desperdicios existentes para llevar recursos de donde no se necesitan a donde urgen, disciplinando y organizando a nuestro Estado; pero también mejorando sus ingresos con medidas que propendan a una mayor recaudación y a una reducción de la evasión y la elusión, lo cual solo se logrará cuando cumplir sea obligación de todos, e incumplir entrañe las debidas sanciones que teman todos.

El problema es que todos queremos recibir más, pero dar igual o menos, que nadie quiere ceder una parte de su confort ni comprender que no hay manera de mejorar si seguimos haciendo lo mismo, ni aceptar que no hay almuerzo gratis, y que lo que muchos creen ganar no pagándolo o robándoselo, se le irá sino en lágrimas en suspiros.

Las buenas y malas recetas a escala mundial están a la vista de todos, como también lo están las acciones que demuestran que lo correcto o incorrecto se da en todos los espacios y sectores, como el hecho de que, a todo, aunque a veces no lo parezca le llega su hora, pues el implacable tiempo siempre se encarga de pasarnos factura.

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