Hay un término que parece encontrar aliados perfectos en la política contemporánea: populismo, escuchamos decir, cuando suceden episodios que involucran a protagonistas de nuestro entorno que en algunos casos hasta nos avergüenzan.

El término se sostiene sobre la idea de que la sociedad está separada en dos grupos enfrentados entre sí: “el verdadero pueblo” y “la élite corrupta”, según Cas Mudde, autor de “Breve introducción al populismo”.

Bajo la excusa perfecta de representar “la voluntad del pueblo”, hemos visto nacer grandes liderazgos que se han convertido en representantes genuinos del populismo, como hasta hace poco fue el hoy el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump y el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, quienes representan esta “practica” que encuentra su origen por los finales del siglo XIX y que señalaba específicamente la existencia de movimientos sociales bajo dos miradas y en potencias distintas: Rusia y Estados Unidos.

Nadia Urbinati, profesora de la Universidad de Columbia de Nueva York, explica que una de las limitantes que tendrán los líderes populistas que se cobijen bajo esta sombrilla será “que llegados al poder están obligados a estar permanentemente en campaña para convencer a los suyos de que no es y nunca será el establishment”.

El líder populista dice lo que la gente quiere escuchar tal y como lo establece la teoría de Ernes Laclau de que lo político surge donde es posible articular un discurso de unidad e inclusión: “un nosotros, frente a un ellos”.

En República Dominicana hemos visto construir grandes liderazgos apoyados en un discurso esperanzador que tiene como antídoto seguro la supuesta defensa de los intereses de todos vinculado a las conquistas que tanto anhelan las clases trabajadoras.

Hay muchos casos, sólo hay que leer los periódicos, ver la televisión, escuchar la radio o navegar por las redes sociales. Un caso que aún está en boca de todos, sucedió cuando salió a la luz la lista de senadores del país que se atrevían a tomar el polémico y vilipendiado Fondo de Gestión Senatorial, bautizado como barrilito, un dinero que está fuera de la fiscalización y que la ciudadanía desconoce en qué es utilizado.

Algunas voces en la oposición se hicieron sentir con fuerza enfrentando este tema que tiene a ciudadanos encrispados, sabiendo que el dinero del pueblo se reparte sin control entre un puñado privilegiado, mientras problemas elementales que afectan a la mayoría siguen sin solución.

Una jugada populista que fue efectiva para sus predicadores y como esta hay muchas otras que pudiéramos recordar: el barrilito sigue existiendo y se reparte cada mes bajo un esquema discrecional desde su surgimiento hace casi 15 años. Esas voces que atacaron sin piedad en la campaña, hoy no son las mismas. Hace falta menos populismo y un mayor compromiso con el ciudadano.

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