Hay dos sensaciones que reproduzco una y otra vez desde que salgo a las calles. La primera es inseguridad, cualquier movimiento brusco o manifestación de violencia me pone en tensión.
La segunda es mucho más recurrente. Es temor ante las expresiones de hombres que invaden mi espacio personal sin que les haya dado consentimiento. Les cuento dos situaciones comunes y que me descolocan entre el pánico, el disgusto y la sensación de vulnerabilidad.

La semana pasada salí en un Uber a hacer una gestión. Desde que entré el conductor empezó: “Que no vidente tan hermosa me tocó. Tú eres una ricura, pastelito. ¿Y tú tienes pareja?”

A estos comentarios, durante todo el camino, a pesar de manifestarle mi incomodidad, estaban las referencias a la ropa que llevaba puesta, partes de mi cuerpo y sonidos de deseo sexual. Eran las ocho de la noche, en medio de la lluvia.

La segunda sucede en distintos contextos laborales. Por alguna razón, diversas autoridades públicas y privadas se manejan con formas que violentan a la mujer. Para mí es inconcebible que en un entorno de trabajo una persona se dirija a mí con apelativos como “muñeca, mi cielo, mi vida o mi amor”. El entorno laboral no es para permitirse esas confianzas, menos si no nos une ningún tipo de lazo familiar o de amistad.

Un ejemplo mucho más grave es cuando aprovechan mi ceguera para poner en práctica acciones invasivas y agresivas, sin que pueda preparar alguna defensa. Besos, abrazos, toqueteos no solicitados, acercarse en silencio; incluso en medio de reuniones. Todas son manifestaciones que me colocan en una posición muy incómoda y vulnerable.

Personas de mi entorno cercano preguntan por qué no hago nada al respecto. Las respuestas son variadas:

– Primero, con respecto a casos como el de Uber, en nuestro país no está tipificado el acoso sexual callejero como un delito. Aunque la empresa tiene “acoso sexual” como una de las causas para colocar una estrella al conductor, no adopta ninguna acción correctiva o sancionadora.

Lo mismo ocurre si estoy en otro espacio público. La República Dominicana carece de un mecanismo que permita que las mujeres se sientan protegidas de alguna manera. Desde hace años diversas organizaciones locales e internacionales abogan por esta normativa, sin que haya un resultado.

– Segundo, aunque en la Ley 24-97 sobre Violencia Intrafamiliar se tipifica el acoso laboral, en la práctica, es la mujer quien carga con el costo moral, político y social de emprender cualquier acción por la vía judicial. Al final evitar convertirse en una suerte de paria, responsable de su propia vulneración de derechos acaba pesando más.

– Lo tercero es un fenómeno, que quizás no forma parte de las respuestas, pero que sucede cada vez que una mujer denuncia alguna forma de acoso. Por lo general, la respuesta ante un desahogo de esta naturaleza acaba siendo “¿Pero tú estás segura? Quizás no lo hace con mala intención, eso eres tú exagerando”.

Entonces, te preguntas si estás mal. Empiezas a cuestionar si no estás siendo demasiado sensible ante acciones que tal vez no significan nada.

Luego escuchas como en entornos de toma de decisión hay quienes dicen “fulana está con fulano, estuvo con sutano o le hace ojitos a mengano”. Cuando analizas de quién hablan y por qué dicen eso, te encuentras con que los comentarios surgen de manifestaciones como la que te encuentras.

Confirmas la condición profunda de cosificación de las mujeres que existe en nuestro país. Solo así se explica que estén rodando rumores relativos a que una mujer de alto nivel político y social esté con tres o cuatro hombres distintos, únicamente porque se les ha visto trabajar, coincidir en espacios y establecer alianzas de colaboración.

Caes en la cuenta de que, probablemente, para algunas personas tú estás en la misma posición que la que está con fulano o mengano. Y la prueba es que te pusieron la mano en la cintura sin tu consentimiento, alguien en medio de una reunión de trabajo empezó a tocarte el pelo o se toma libertades de posesión que envíen esos mensajes.

En definitiva, cuando salga a la calle, lo único que quisiera es un día sin acoso.

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