Reflexiones sobre la perseverancia

Dicen que los que se detienen nunca ganan y los ganadores nunca se detienen. Por eso hay que avanzar, aunque sea gateando

Dicen que los que se detienen nunca ganan y los ganadores nunca se detienen. Por eso hay que avanzar, aunque sea gateando. No nos sentemos a lamentarnos, que los quejidos dañan el ánimo. No hay cosa más pésima que el pesimismo.
Me fascinan los emprendedores, los que más que preocuparse se ocupan de sus asuntos. Admiro a los que siguen sus sanos instintos, a los que no se “tiran a muerte”, incluso en la peor de las circunstancias.

El éxito no se compra ni se hereda, se alcanza con sacrificio y empeño. Solo se coronan los que se lanzan al ruedo y toman decisiones sin miedo. La vida aplaude a los que confían en sí mismos, a los que saben que ellos son los responsables de sus propios destinos. Los que no se rinden son los mejores. Los valientes son los protagonistas del mundo. Quien ama lo que hace vive satisfecho y sus propósitos los alcanzan usualmente con facilidad.

Eso sí, todos los triunfadores, para llegar a serlo, en alguna medida han probado el fracaso en repetidas ocasiones. Esas caídas (a veces entre más estrepitosas mejor) son las que nos hacen empinar y alzar vuelo. Y es que las heridas que provocan los tropiezos, bien curadas, endurecen nuestra piel.

Veamos el ejemplo de Abraham Lincoln, uno de los personajes más importantes de todos los tiempos. Lincoln sufrió innumerables reveses, pero nunca se dio por vencido, no se cansaba de romper barreras, hasta llegar a la meta.

En 1833 falló al pretender ser elegido en la Cámara de Representantes. Luego, en 1848, fue un fiasco su segunda nominación al Congreso y, para colmo, no fue aceptado como oficial en 1849. Pero Lincoln continuaba intentándolo, esa palabra que debemos llevar en el corazón y mantener en la práctica cuando algo no funciona. En 1854 no pudo ser Senador. Dos años más tarde perdió la nominación para la vicepresidencia y fue de nuevo derrotado en el Senado en 1858.

Y Lincoln seguía, hasta que, por fin, en el año 1860 fue electo presidente de los Estados Unidos de América y ya sabemos la enorme contribución que hizo a su país y a la humanidad, especialmente con el respeto a la igualdad de las personas. Si se hubiese “amemado” o desencantado su nombre hubiese pasado desapercibido.

Seguir hasta el fin, no cansarse, echar la pelea, no desilusionarse y luchar por lograr nuestros objetivos, deben ser nuestro norte. Actuemos así en todo lugar, que no luce en nuestra cotidianidad ser activo en una cosa y pasivo en otra. Seamos como Lincoln, que todo se conquista en base a trabajo, honestidad y perseverancia.

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