¡Tenía que ser un capitaleño! Así comienza la predisposición con el interlocutor, por considerarse que de donde provenga definirá su actitud o su personalidad. Que si son ventajudos, dicen unos, que si oportunistas, comentan otros, que si exhiben lo que no tienen y viven de las apariencias, dicen los más osados. Frases como la de que capital es capital y lo demás es platanal no ayudan a la causa (aunque habría que decir que los plátanos son el primer producto de consumo nacional).

Mientras que al cibaeño, y sobre todo al santiaguero, lo tildan de comparón, de querer destacarse y sobresalir en todos los escenarios, que si siempre quiere ser el centro de atención, que si se pasa de simpático para conseguir lo que quiere, que si aspira a estar en todas o que si va de espaldas a la capital porque entre el calor, el tránsito y la agitación quiere marcharse de inmediato.

A los veganos, de privones y de que dicen que son buenos todos; a los mocanos, de guapos y busca pleitos y de que se ufanan de valientes por haberse llevado de paso a varios presidentes; en tanto que a los puertoplateños, de ligeros e informales, por aquello de que se creen turistas que viven al sur de la Florida. Los jarabacoeños desdeñan de los veganos -como si no compartieran la misma provincia- todo porque estos buscan conquistas en su territorio y a veces salen gananciosos.

Los equipos de pelota han aportado otro tanto a las rivalidades entre pueblos, entre Águilas y Licey, cuando los primeros le sacan en cara que, en todo caso, el nombre de los segundos les viene dado de un municipio de la provincia que les vio nacer. Los grupos empresariales no se quedan atrás, los del distrito destacan que manejan las grandes inversiones, controlan las instancias de poder y son los que toman las decisiones nacionales trascendentales. Sin embargo, los del interior, como en ocasiones se les llama despectivamente, les recuerdan que son los dueños de la producción y quienes generan las riquezas.

Es un asunto de orgullo, de pertenencia y de marcar territorio en la competencia de quiénes son o se creen mejores. Al final, se debería entender que todos somos iguales y que esas diferencias son odiosas, aunque siempre es justo reconocer que “Santiago es Santiago” y que “las Águilas son las Águilas”.

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