Desde joven estoy ligado al movimiento deportivo. Como es de suponer, he participado en decenas de elecciones para elegir directivas de clubes, asociaciones y federaciones. En unas como miembro de la Comisión Electoral, en otras como candidato. La experiencia ha sido interesante, a veces jocosa, en ocasiones triste. Asumo el tema por lo ocurrido el pasado 16 de febrero en las elecciones municipales.
Recuerdo aquel tiempo en que la plancha ganadora era la que tenía más sellos gomígrafos de clubes, no importaba que existieran o no. Cada candidato andaba con su fundita llena de objetos de madera redondos, con palabras incrustradas. Los guardaban como secreto de Estado, hasta que iniciaran las elecciones.

En esencia, un sello de ese tipo era un voto. Así las cosas, el que podía comprar más sellos gomígrafos o el que era amigo de quien los hacía llevaba la ventaja. Parece extraño, pero los que vivimos esa época podemos dar testimonio de ello.

También estaba el “dirigente deportivo” que representaban en su totalidad a su institución. Nadie más existía. Eso de directiva no era ni aspiración teórica. Lo más gracioso que experimenté fue con Félix María Quintana, famoso por su apodo “Sanguillín” y porque fue “el burrito” que hizo el papel de mascota en los juegos Centroamericanos y del Caribe, Santiago ´86.

Eran las elecciones para elegir a la Asociación de Balonmano de Santiago. Un servidor presidía la asamblea. De repente llega “Sanguillín” con una carta que lo avalaba para ejercer el voto. Al abrirla leí más o menos lo siguiente: Encabezado: “Club Félix María Quintana”. Y así continuaba: “Por este medio el que suscribe, Félix María Quintana, fundador y presidente del Club Félix María Quintana, le presenta al señor Félix María Quintana como delegado para votar en las elecciones. Atentamente, Félix María Quintana”.

Independientemente de lo arcaico del sistema, la gente esperaba el día de la votación con entusiasmo, pues entendía que una institución deportiva o cultural era tal vez el único espacio que existía para desarrollarse o para ayudar a su comunidad. Por ello “peleaba” si no la dejaban votar; es como si en ese momento estuvieran pensado aquella célebre frase de Jean Jacques Rousseau: “El derecho de voto es un derecho que nada ni nadie puede quitar a los ciudadanos.”

Es mi esperanza que la crisis surgida en las elecciones del pasado 16 de febrero se resuelva de la mejor manera posible, ya con los métodos modernos y democráticos que tenemos, pues los tiempos de los sellos gomígrafos y del “sanguillinismo” han sido superados. Los ciudadanos fuimos a votar masivamente, en orden, y esa voluntad fue burlada. Y nosotros, pero sobre todo la patria, merecemos respeto.

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