El indetenible camino hacia el progreso, lleva a nuestro país a inscribirse en la ruta del movimiento masivo de pasajeros. La construcción de una red de trenes urbanos lleva a la ampliación constante de estas líneas rápidas, en ocasiones subterráneas y otras veces aéreas, según consideraciones de los diseñadores y el acomodo político de esas decisiones. El llevar los rieles de esa modernidad que trae el Metro de Santo Domingo, que se desplaza hacia el oeste, conectando Los Alcarrizos, población periférica del núcleo urbano, que hoy se perfila como lógico espacio de crecimiento, ubicando a sus moradores a minutos de la Avenida Luperón y del icónico Km.9. La construcción de esa importante línea del Metro de Santo Domingo, una colosal herida a lo largo de algo más de 7 km, de una franja paralela a la principal vía de entrada y salida hacia el norte y noroeste de Santo Domingo, la Autopista Duarte. Esa enorme incisión de obra civil, ha puesto al descubierto una pobreza descomunal de barrios de brutal hacinamiento, condiciones de calidad de vivienda y peor aún de difícil movilidad y casi imposible tránsito poniendo al desnudo realidades que destacan los enormes contrastes de nuestra sociedad, en lo que a la pobre distribución de la riqueza que nos caracteriza. Ese Metro del 2023 pone de manifiesto condiciones que se han ido acumulando por decenios y que gravitan como una gran espada sobre nuestra desequilibrada sociedad. Baste mirar lo que han descarnado los equipos de construcción, que sirve de telón de fondo a un desenfrenado accionar de máquinas, planes y personas, para dotar a Santo Domingo de herramientas de última generación como ciudad “parejera”, para servir en su gran mayoría, a gente a la que se les han negado una participación más justa de las bonanzas del país. A lo largo de esa gran herida que la ingeniería en sus afanes ha producido, revelan también una gran pobreza, enseñando cómo una sociedad ha vivido por décadas con la mediocridad como norma, con el desorden urbano como régimen opresor, con la permisividad extrema como cultura que produce instalaciones comerciales riesgosas, de escasa ingeniería y ausencia de supervisión. Quizás, y me aparto de las verdaderas razones para no hacer ese tramo subterráneo teniendo el equipamiento para hacerlo de ese modo, para concluir que al herir profundamente las edificaciones que servían de construcciones pantalla, revela la profundidad y gravedad de nuestros males sociales, que pocos quieren enfrentar. Especulo que esta colosal “herida”, necesaria para el desarrollo y el progreso, que debe facilitar la movilidad de cientos de miles de dominicanos y lograr una ciudad más humana y amistosa, produzca reacciones en la sensibilidad oficial y de la sociedad toda, que nos ha resultado una radiografía reveladora, de lo que no podemos ver mientras nos desplazamos raudos por vías rápidas, que nos hacen ciegos e insensibles ante las tristes realidades ajenas, con las que convivimos sin notarlas. Cuando pase por allí, mire más allá de las obras y visualizará el interior de nuestro verdadero yo social.