El gobierno anunció la construcción de un muro en nuestra frontera, abarcando 190 kilómetros de sus 390 de extensión. Eso sí, tendrá un nombre moderno: verja perimetral de seguridad, con sensores de movimiento, cámaras de reconocimiento facial, radares y sistemas de rayos infrarrojos.
No dudo de las buenas intenciones del proyecto, pues esa línea limítrofe es anárquica y fuente de contrabando de todo de tipo, pero no es la prioridad o la solución principal para reducir la migración ilegal, el narcotráfico, los secuestros y mil cosas más.

La fiebre no está en la sábana. Para empezar: no estamos en condiciones de asumir el gran costo de la obra, donde se habla de más de 100 millones de dólares, sin incluir el mantenimiento. Y, lo esencial, no le veo utilidad, reconociendo que debemos vigilar lo más posible esa zona.

El problema no está en la frontera, está aquí y en Haití. Entre nosotros no se limita al cumplimiento de la Ley de Migración. Es más profundo. Muchos no entienden que nuestros avances dependen, en gran medida, de que ambas naciones establezcamos agendas comunes para beneficio mutuo, respetando siempre nuestras soberanías, nuestras culturas y formas de pensar.

Y, en el hermano país, todo lo que ocurra nos afectará, destacando dos elementos por ahora insalvables: la miseria y la inestabilidad que en todos los órdenes allí imperan. Y mientras esto exista, ellos vendrán hacia acá por cualquier vía, brincando paredes, nadando o haciendo túneles. Ningún muro frena que un hambriento quiera comer. Es un asunto de vida o muerte.

En vez de ser destinados a “la verja perimetral”, esos recursos deberían invertirse, con el apoyo adicional de la comunidad internacional, en proyectos de desarrollo en la frontera; incentivando la inversión pública y privada; fomentando el empleo; creando industrias y zonas francas; levantando viviendas dignas, escuelas, hospitales y centros deportivos y culturales. De lograrse, el caos migratorio disminuiría bastante.

En una ocasión el papa Francisco le preguntó a un grupo de jóvenes: “Sabemos que el padre de la mentira, el demonio, siempre prefiere un pueblo dividido y peleado a un pueblo que aprende a trabajar juntos. Y este es un criterio para distinguir a la gente, los constructores de puentes y de muros, esos constructores de muros que dividen a la gente. ¿Ustedes qué quieren ser?”. “¡Constructores de puentes!”, respondieron los adolescentes. En otra oportunidad afirmó que quien construye muros acaba prisionero.

“Seamos puentes, no muros”. Impactantes palabras. Vamos a asumirlas seriamente con relación a Haití y también, muy importante, en nuestras familias, en nuestros trabajos y en la sociedad. ¡Adelante, seamos caminantes, migradores hacia el bien, el servicio y la solidaridad!

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