Ser juez no debe ser fácil. Decidir una disputa entre partes que buscan justicia en los tribunales, debe hacerse con equilibrio y un corazón limpio. Personas que entienden que sus bienes y, muchas veces, su honra, están en juego y que, de forma civilizada, acuden al “tercero imparcial” en busca de solución a sus problemas, debe ser una carga pesada para los jueces.

Por esto ser juez no es tarea fácil. Y ser juez penal, mucho menos. Aquí, sumado a los bienes materiales, estará la honra y la libertad, lo más preciado que el ser humano puede tener, probablemente.

Y los jueces penales reciben una presión enorme que muchos no soportan, y obvian la ley por temor, no por convicción. Si eres juez, debes honrar tu compromiso con las normas y con tu conciencia. Debes tener una especie de imperativo categórica kantiano: caiga quien caiga y pase lo que pase.

Pero sé que muchas veces no es fácil. Por eso, sin pretender justificar, sino entender para mejorar, en una sociedad donde no existe una real seguridad jurídica para nadie, ni aún para los jueces; y donde reciben presiones internas, dentro del mismo estamento del cual es parte, y externas, al través de los medios de comunicación tradicionales y modernos y, seguro, que hasta familiares, se debe entender que es un problema que muchos no pueden soportar con estoicismo, y prefieren subirse al carro del populismo penal.

Y no quiero decir que los jueces deben ser liberales, no. Los jueces pueden ser conservadores por convicción, lo cual está bien; lo que deben es ser coherentes y no serlo por debilidad de carácter.

Con esto de ser coherentes, hablo de jueces que en la cátedra, en los textos o “en el pasillo”, son liberales, progresistas y equilibrados, y cuando están con la toga, en estrados, se trasforman en sellos gomígrafos de la fiscalía.

Pero ser juez, y más penal, repito, no es tarea fácil. Debe ser un sacerdocio para poder administrar tan enorme poder con humildad. También, en lo personal, no creo en el juez aislado, el juez que solo es posible verlo en el tribunal y en la cátedra. El juez, y más aún el penal, debe conocer a fondo la sociedad en que vive, pues muchas veces ese conocimiento de “la vida”, especie de realismo jurídico, le dará las herramientas para resolver de la mejor manera algún proceso.

Estas presiones debemos entenderlas, claro, nunca justificarlas. Y debemos ayudar a tener jueces más humanos, con mayor seguridad ante embates públicos o privados y con mayor fortaleza ante la prensa, normalmente interesada. Algunos ayudamos con críticas que intentan ser constructivas, pero la mayor ayuda debe partir de ellos mismos. Deben fijarse un objetivo común, independientemente de la política que se vive en lo más alto del judicial. Política que históricamente los ha usado, y los ha desechado cuando les ha sido necesario.

Por eso creo que el cambio en el judicial debe empezar desde adentro y debe ser de abajo hacia arriba, no al revés. Desde la Corte hacia arriba todo es política e intereses, el judicial es secundario. Por eso los jueces “de abajo” deben empoderarse, y en ese cambio los jueces penales deben ser la vanguardia.
No creo en la “independencia judicial” que se pregona, pero reconozco avances.

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