Serrat, artistas y política

Joan Manuel Serrat es uno de los más importantes cantautores de la historia hispanoamericana. Muchas de sus canciones están grabadas en el corazón de nuestros pueblos. ¿Quién de nosotros no se sabe al menos una estrofa de “Mediterráneo”, “Lucía” o “Palabras de amor”?

Joan Manuel Serrat es uno de los más importantes cantautores de la historia hispanoamericana. Muchas de sus canciones están grabadas en el corazón de nuestros pueblos. ¿Quién de nosotros no se sabe al menos una estrofa de “Mediterráneo”, “Lucía” o “Palabras de amor”?

Gracias a Serrat, además, conocemos mejor la obra de grandes poetas de la “Madre Patria” y de nuestra “América mestiza”, como la llamó José Martí. Vistió de música y popularizó aún más poesías de Miguel Hernández, Federico García Lorca, Antonio Machado, Pablo Neruda, Mario Benedetti…

Parte de la inmensa producción de Serrat tiene un alto contenido social. Ya en los inicios de su carrera enfrentó al “Franquismo”, por lo que fue prácticamente expulsado de España. Serrat es un eterno defensor de la dignidad humana, de la justicia y de la libertad. Esa trayectoria lo hace más encantador para quienes le seguimos, en mi caso, con marcado entusiasmo.

“El Nano”, como le llaman de cariño, es catalán; en ese sentido no es de extrañar que antes de la celebración del referéndum en Cataluña el pasado domingo, expresó, entre otros aspectos, que su convocatoria no había sido transparente. Por ello lo acusaron hasta de “fascista”.

Su planteamiento lo colocó en el ojo del huracán. Por ejemplo, pertenezco a un grupo en las redes sociales llamado “Serrateros del mundo”. Muchos lo han abandonado, enojados por la postura del autor de “Pueblo blanco”. Incluso algunos dijeron que no lo escucharán jamás. En su natal Barcelona lo quieren declarar “persona no grata”.

Sin dudas, la política, el nacionalismo y la religión son caldo de cultivo para el fanatismo. Podemos admirar a un artista (o a un deportista) pero si se expresa contrario a nuestras creencias, ahí mismo lo apartamos de nuestro gusto. En nuestro país también tenemos casos así, artistas que pierden popularidad desde el momento en que incursionan en la política. Su rebaño de seguidores se divide.

Es como si el artista y su pensamiento estuvieran unidos y la falla, a nuestra consideración, de uno de esos elementos perjudicara al otro. En ocasiones los endiosamos solo mientras compartimos sus ideas, como si en ellos el talento y las convicciones fueran inseparables. Y no es así.

En los escritores ocurre igual, estoy convencido de que Mario Vargas Llosa perdió seguidores (aunque haya ganado otros) desde el momento en que dejó de ser de izquierda para convertirse en conservador. Algunos de sus libros alimentaron hogueras.

Con los artistas seamos más tolerantes cuando opinen sobre temas políticos, que ese es su derecho e incluso lo que consideremos pifia (podemos estar equivocados) no puede marcar su carrera. ¿Acaso nos incomodamos cuando un político canta malo?

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