Los científicos hablan de que polos opuestos se atraen, mientras los psicólogos consideran que, en principio, toda persona es complemento de otra y cada uno busca en el otro lo que le falta. A lo mejor en el amor o en la física tiene sentido, pero, la realidad es que la gente que piensa igual tiende a estar junta y hasta las parejas, aunque diferentes, van en una misma dirección y aprecian cosas parecidas. Bastaría con observar nuestro grupo de amistades y cómo las hemos elegido para constatar que, en lo esencial, son pequeñas réplicas de nosotros, nuestra forma de pensar y ver la vida, con las que compartimos valores, visiones, preocupaciones y creencias; esos elementos en común son los que provocan cohesión entre grupos y que se aglutinen en torno a los mismos ideales, sean estos relevantes o intrascendentes.

El sinvergüenza busca gente tan irresponsable como él para que no lo detenga en sus desmanes, lo mismo ocurre con el holgazán, no podría hacer causa común con el trabajador porque hasta los temas escasearían y sus ocupaciones (y la falta de ella) serían una afrenta. El delincuente, por su parte, se rodea de los de su misma calaña para no ser cuestionado (las pandillas se unen, no solo por temor, sino también por coincidencia de objetivos). El emprendedor diligente procurará el apoyo de los que fueren talentosos, como rasgo común a sus lineamientos, y desechará a los ociosos, ignorantes o conformistas que se desvían de su proyecto. Los soñadores repelen a los realistas para que no les perturben sus ilusiones y fantasías. Los pesimistas andan juntos desdeñando de los optimistas.

Un abogado inescrupuloso siempre será buscado por un cliente de igual categoría porque se ajustará a sus aspiraciones y no tendrá prurito en prestarse a lo que fuera necesario y alcanzar, por cualquier medio, el fin perseguido. El mediocre se inclinará hacia otros a su imagen y semejanza para sentirse satisfecho con su magra existencia y que nadie pudiere eclipsarlo; precisamente, por ser tan opacos como él y arrastrar sus mismas frustraciones, es que los ha elegido como sus enllaves.

Mientras el funcionario corrupto prefiere cerca a otros que fueran igualmente desalmados que no le objeten sus decisiones y sean sus cómplices, el profesional de ejercicio ético los quiere lejos, ya que no transige con los que renieguen de sus convicciones.
Pudiera considerarse elitista o prejuicioso -por aquello del que anda con el cojo- pero lo cierto es que la gente que hace el bien se inclina por otros que vayan en su mismo camino, en vista de que, para los descarriados, ya aparecerán otros secuaces que lo acompañen.

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