Todavía hay esperanza

Después de perder en varias ocasiones el celular por ser víctima de atracos en la ciudad, ya no tenía esperanzas de recuperar el móvil olvidado en uno de los tantos asientos situados en la emblemática Plaza España.

Después de perder en varias ocasiones el celular por ser víctima de atracos en la ciudad, ya no tenía esperanzas de recuperar el móvil olvidado en uno de los tantos asientos situados en la emblemática Plaza España.

El panorama de tener devuelta ese Iphone 7 pintaba “feo” ya que era fin de semana, para ser más precisos, era sábado en la noche como a esos de la 7:30, y ese espacio estaba lleno de gente quienes se esparcían y disfrutaban de un clima agradable.

Al introducirme junto a mi pareja en uno de esos tantos temas disparatados que se tocan en un lugar como ese, repleto de historias y anécdotas, mientras disfrutamos de una cerveza y entre el ligero estrés de mantener el distanciamiento, ocurrió lo menos pensado minutos después.

En un lapso de tiempo que no fue medido, desde reencontrarme con un ex compañero de trabajo y ponernos al día con algunos temas, me espabilé y decidí ir por esa caminata en la Plaza de España, en lo que se buscaba inspiración y se encontraba un lugar para ir a cenar.

Al llegar a uno de esos establecimientos ubicados en ese mismo monumento, intenté sacar mi celular para acceder a uno de esos famosos menús en “código QR” que ahora abundan en los restaurantes como una forma de evitar el contacto por el covid-19, cuando de repente siento un pequeño vacío en el pantalón que inmediatamente mandó un mensaje a mi cerebro “botaste el celular”.

Luego de varios minutos de búsqueda física y mental del celular, así como de recorrer cada uno de los puntos y lugares anteriormente visitados y dar detalles a empleados de las características de ese móvil, las respuestas no eran agradables.

El frío que recorría por mi cuerpo, era real, cada vez que alguien decía lo más temido: -“no, aquí no hemos visto ese celular…”, -¿usted está segura que fue aquí?, porque cada vez que alguien deja algo uno se lo guarda”, -“revísese bien ahí porque aquí no fue”, eran parte de las expresiones que ninguna persona está preparada para escuchar.

Media hora después, sin esperanzas y con la visión algo nublada y confusa, mi pareja decide llamar a mi celular con la esperanza de que estuviera aún prendido.

-“¡Está sonando!, y sigue timbrando, pero no lo cogen, quizás nadie lo tiene”, fueron las palabras que más aliento dieron en un momento aún sin haber tenido respuesta alguna o conocimiento del paradero de tan imprescindible dispositivo.

Era inevitable no pensar ya en las formas de adquirir un nuevo celular o el lío que se tendría que hacer para conseguir uno que cumpliera con las expectativas.

Lo peor era idear la forma de recuperar los contactos, informaciones, mensajes, y hasta las fotos propias y particulares que se preservaron durante un tiempo en ese móvil. Era como una especie de tragedia lo que había pasado y que ante el país y la sociedad en la que se vive, el volver a recobrar un iPhone de manera íntegra y por un ciudadano ejemplar y serio, ya era avaricia.

No obstante, pasó. Un ciudadano habría encontrado mi celular y accedió a coordinar en un punto para la entrega. Cosa que un momento lo vi extraño puesto que sugería hacer entrega del mismo en el Jumbo de la carretera Mella. A todas esas accedí en ir.

La sorpresa fue que la persona que dijo llamarse Rey Rodríguez acudió en un carro junto a sus hijos y esposa y lo primero que dijo al vernos fue “Aquí está salvo su celular. Denle gracias a mi hijo más pequeño que lo encontró y nos lo dio. Esperábamos que alguien llamara para decirle que teníamos el celular y que no se preocupara, pero tuvimos que irnos”.

Tras agradecer el gesto. Era  inexcusable no pensar en la acción y ejemplo que dio  Rey frente a sus hijos y en que no todo está perdido en la República Dominicana.

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