El interés por la lectura es una de las mayores diferencias entre la juventud de mi época con la de ahora. Antes alardeábamos de devorar libros de todo tipo. El mozalbete más admirado solía ser el que más “había tirado páginas para la izquierda”. No nos limitábamos a un género, nos involucrábamos en obras de política, poesía, filosofía, historia o novelas. Por ejemplo, el que no se sabía varias estrofas de “Hay un país en el mundo” de don Pedro Mir o lo esencial de “El capital” de Karl Marx, estaba desfasado y hasta mal lo mirábamos.

Actualmente el joven que lee es luna llena en noche oscura y sobresale de inmediato Incluso, muchos se enorgullecen de nunca haber leído un libro, ni siquiera cuando lo obligan en las aulas. “Para eso está el internet”, concluyen en un santiamén. Haga la prueba con personas menores de 20 años y podría quedar pasmado; eso, naturalmente, si usted lee con frecuencia.

Tuve el honor de ser como un hijo del padre Ramón Dubert, quien fue un lector empedernido. Nos aconsejaba que amáramos la lectura, pues nos hacía libres, con capacidad para tomar decisiones conscientes, sin las cadenas que nos impone la ignorancia.

Aprendí de ese gran sacerdote que la lectura debe ser una fuente enriquecedora de nuestra condición humana y trascendente y que si llegara a nuestras manos alguna obra cuyo contenido se apartara de nuestros principios, que la leyéramos si tenía calidad, que no nos encerráramos y que buscáramos en ella el lado positivo, hasta el grado de que esa lectura fortaleciera más nuestras creencias o las modificara ligeramente, siempre para bien. Recuerdo una de sus frases preferidas: “Uno es lo que lee”. La repetía sin cesar, como un terrenal mandamiento.

Joven, en serio: la lectura es un excelente medio para evitar las manipulaciones y la falsedad, porque solo el conocimiento nos hace pensar con luz propia, ver más allá de las apariencias y forjar un camino que resalte nuestra autenticidad. Hasta un libro olvidado, una pequeña historia, un artículo escondido o un refrán rescatado por la memoria, pueden marcar para siempre nuestras vidas y conductas.

Ojalá que, al menos en cuanto a la lectura, nuestros jóvenes imiten las generaciones pasadas. Y si algún joven se motiva a leer, le sugiero 10 de mis novelas preferidas: El otoño del patriarca, Gabriel García Márquez; Ensayo sobre la ceguera, José Saramago; La guerra del fin del mundo, Mario Vargas Llosa; El túnel, Ernesto Sábato; El nombre de la rosa, Umberto Eco; El perfume, Patrick Suskind; Crimen y castigo, Fedor Dostoievsky; Las memorias de Adriano, Margarite Yourcenar; El Quijote, Miguel de Cervantes; y Gora, Tagore.

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