Escribo este artículo para que mis nietos, tataranietos y las generaciones por llegar lo recuerden, y los de los que me leen también y puedan pasarlo de generación en generación, contarlo para que no me pase como a mí, que sabía poco de la peste española del 1908.
Mi madre, con sus 93 años cumplidos, para principios del 2020 decía que sería un año perfecto, por lo de la visión 20/20. Recuerdo que a finales de febrero almorzaba con un apreciado cliente de Centroamérica y comentábamos cómo las ventas en los dos primeros meses del año habían sido muy buenas en todos nuestros países.

Nuestra empresa venía de recuperarse del incendio sufrido en el 2017 y habíamos logrado volver a los niveles de producción y ventas anterior al siniestro.

La economía norteamericana tenía prácticamente pleno empleo y en un año electoral se perfilaba que fácilmente el presidente Trump, a pesar de su mala imagen interna y externa, ganaría fácilmente la reelección.

También celebrábamos elecciones, aunque el panorama no estaba tan claro, el partido de gobierno que sufría una escisión y una parte de la población que reclamaba a gritos un cambio.

Desde principios del 2020 se rumoraba de un virus, pero como otros que habíamos vivido, sida; H2N2, en el 1957; la gripe aviar; la influenza, entendíamos era uno más. En el 2009 el virus H1N1 debió prepararnos ante las múltiples advertencias que científicos y el Centro de Enfermedades Contagiosas, de Atlanta, Georgia, CDC, por sus siglas en inglés, venía alertando al mundo del riesgo de una pandemia.

Nuestras elecciones fallidas, siempre pensamos que sólo serían un trauma para la democracia, no nos imaginamos que tendríamos que celebrar en un ambiente crítico de contagio y que, en una campaña política, donde la ausencia de mascarillas y de distanciamiento contribuirían a propagar el letal virus del que los propios médicos conocían muy poco cómo tratar a los afectados.

El 11 de marzo, la Organización Mundial de la Salud declaró el coronavirus 2019, como una pandemia mundial. Cuatro días después, nosotros estábamos celebrando las elecciones que debimos celebrar un mes antes y el 19 de marzo el gobierno decretó estado de emergencia, ordenando el cierre de industrias, negocios, turismo, sólo permitiendo negocios esenciales como comida y medicinas.

Imaginar por un momento lo que significó, todos los aeropuertos cerrados, los cruceros en cuarentena en alta mar, sólo se les permitía atracar para reabastecerse de combustible, un efecto sobre el consumo que gravitaría por muchos meses y años.
Imaginar lo que significó para la economía, múltiples productores agrícolas se fueron a la quiebra, por falta de consumo de los turistas y de una población que había perdido su capacidad de compra, por haber perdido sus empleos. Decisión dura, pero necesaria, para detener el crecimiento de un virus que no conocíamos y que determinó que el mundo se detuviera abruptamente.

Todos estábamos recluidos en nuestras casas. La empresa Claro tenía un minimensaje en nuestros celulares “quédate en casa”. No todos podían quedarse en casa, desgraciadamente. Es una tarea pendiente.

Fueron múltiples los pequeños negocios que debieron cerrar sus puertas, por su incapacidad de hacer frente a sus gastos y muchos temimos no poder superar la crisis, cuando nuestros patios estaban atiborrados de materias primas que no podíamos producir ni vender, muchos de nuestros clientes pedían prórrogas en sus pagos, otros simplemente habían cerrado y no daban respuestas de cuándo podían pagar sus acreencias.

En las noches no podía conciliar el sueño, pensando en el efecto multiplicador del cierre de la economía, en tantos negocios, formales e informales, los venduteros, los talleres, los salones, las pequeñas tiendas de todo tipo, restaurantes, etc. etc. etc., y las pérdidas de vidas. Por mi casa pasaba un amolador de cuchillos, que llegué hacer un negocio con él, darle una iguala semanal para que después de la pandemia me amolara los cuchillos. Nunca cobró la iguala.

Recuerdo al dr. Rafael Sánchez Cárdenas cada día dar el boletín del avance de la pandemia, cómo los hospitales se quedaban sin camas y la enorme falta de respiradores. Llegué a sentir una lástima real por el doctor, tenía sobre sus hombros algo para lo que nadie estaba preparado, los recursos humanos eran insuficientes, las mascarillas, guantes, uniformes, no llegaban a tiempo de China e incluso se llegó a politizar en medio de una campaña electoral los pocos insumos que podían hacerse llegar.

Todo esto debemos recordarlo, pero más importante, la pandemia dejó al descubierto que muchos no podían quedarse en casa porque no tenían una casa, no podían quedarse en casa porque tenían que buscar de cualquier manera cómo alimentar a sus hijos. La solidaridad estuvo presente de muchas formas, algunas en medicamentos y materiales sanitarios, otras en alimentos.
Unos lo hicieron público, otros de formas más callada, pero todos solidarios.

Hoy apreciamos más el tiempo en familia, los padres dedicaron más tiempo a sus hijos, apreciaron más la escuela que no tenían ahora, supimos el valor del tiempo de calidad a nuestras parejas, a nuestros mayores, el valor de la amistad. Nunca olvido lo que me dijo mi esposa “gracias a la pandemia he podido comer contigo dos meses corridos”.

Fue un año de pérdidas y ganancias, familiares y amigos que ya no están, pero también muchos fuimos premiados en nuestras familias con nuevos miembros. En nuestro caso, nos llegó Mariana, que acaba de cumplir su primer año, da ya sus primeros pasos y es ahora la pequeñita de nuestros diez y seis nietos.

El medio ambiente se benefició, los ríos y mares, el CO2 disminuyó haciendo el planeta mucho más amigable, los canales de Venecia se volvieron transparentes.

Lo que no podemos olvidar desde que todos estemos vacunados, que muchos siguen pasando hambre, que muchos viven en la intemperie, que muchos siguen enfermos. Recordar que la corrupción y la evasión nos impiden crecer, existían antes de la pandemia y durante la pandemia, esperamos que ambas se erradiquen para beneficio de todos.

Las lecciones del covid no las podemos olvidar, que a muchos nos sobra de todo y que muchos no tienen nada. De lo contrario, todo este sacrificio habrá servido para poco. La importancia de la relación con Dios, la vida, la familia, los amigos, el trabajo. La solidaridad tiene que ser parte de nuestro ADN, porque no es posible que, con pandemia o sin pandemia, en el caso de nuestro país, una parte importante de nuestra población vive entre penurias y dificultades.

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