Con justeza el General en Jefe del ejército libertador cubano, Máximo Gómez Báez, fue llamado “el Napoleón de las guerrillas”.

Lucho durante unos 30 años por la independencia cubana, en todas sus guerras y su enorme autoridad dentro de las tropas del ejército libertador, su genialidad en el campo de batalla y su entrega sin fisuras a la causa de la independencia cubana, lo colocan en sitial destacado en la historia latinoamericana.
Pero Gómez, además de invicto general, era un notable escritor: “El viejo Eduá y otros escritos” lo acredita.

Este es un pequeño libro, a media carta, de unas 113 páginas, que contiene los siguientes apartados: El viejo Eduá o mi último asistente; Notas autobiográficas; Odisea del general José Maceo; Mi escolta. Ultima guerra de Independencia; Carta al coronel Andrés Moreno; Consejos del General; y, Apéndice.
El libro es importante como documento histórico y como constancia de la soltura como escritor del general Gómez. Contiene descripciones de situaciones extremas, de pérdidas irreparables, de lealtades absolutas, escritas con rigor y belleza. Citemos algunas, casi al azar, como esta que parecería haber sido escrita por Martí: “De mil modos se le puede servir a la patria. Lo esencial es servirla”. “…las revoluciones ni se asustan ni se exterminan. ¿Cómo matar una idea?”.

O esta sobre la solidaridad: “Existen lazos entre los hombres que se han comprometido, que ni las circunstancias más poderosas y potentes en apariencia pueden romper. La nobleza de pensamientos y alteza de miras se levantan siempre por encima de las pequeñeces de hábito o de carácter”. O esta, no exenta de humor: “Tenía a la sazón de asistente a uno nombrado Manuel, liberto, puntual, listo, sin miedo, oficioso y sin pereza; pero con el pequeño defecto de que se servía él primero que servirme a mí, me dejaba el ala y se tomaba la pechuga. En cuanto al café, mi bebida favorita, de seguro que si el mal espíritu viraba la cafetera, la parte derramada era la mía y no la suya”.

Y qué plástica esta descripción genérica del ejército Mambí: “Aquí cada hombre tiene su historia escrita con sangre: éste, un brazo roto (…); el otro, los huesos de las piernas molidos y las carnes deshechas; muchos, las mandíbulas perforadas a balazos; otros tantos, atravesados los pulmones (…)”, pero todos, agrego, entregados tenazmente a la causa de la independencia.

Como respuesta a los que dudaron de su entrega, a inicios de la guerra, porque había llegado a Cuba con los españoles desde Santo Domingo, luego de la Guerra de la Restauración, dice: “No hay mejor consuelo, no hay más firme y seguro amparo, para sentirse uno lleno de fortaleza en las desdichas e infortunios de esta vida, que una conciencia sin mancha y tranquila”. O esta sobre la justicia: “Lo natural y lógico nunca ofende ni trastorna al decoro, pues la justicia, base de toda la felicidad humana, así lo proclama”.

Sobre la lucha contra la opresión escribe: “(…) he pensado siempre, que para sacudir la opresión y la barbarie, todos los medios y todas las ocasiones son buenas”. Y, para terminar, este consejo, aplicable hoy también: “La observancia estricta de la ley, es la única garantía para todos”.

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