Debo a Stefan Zweig el conocimiento del Bhavavad-Gita, texto sagrado hindú de radical belleza, y la vida y hechos principales del gran Virata, “al cual llamaban El Rayo de la Espada”, que vivió “muchos años antes de que el excelso Buda morase en la Tierra e imbuyese en sus servidores la inspiración del conocimiento”.
Aunque la vida de Virata hoy reina en el olvido de los hombres, que no reparan ya en su memoria, en vida, “su pueblo (le) enaltecía con los cuatro nombres de la virtud (…y) no se conocía hombre más ecuánime en las cinco corrientes del río”.

Entonces la guerra tocó a las puertas del reino. El cuñado del rey quería el reino para sí y se rebeló, convocando un inmenso ejército al otro lado del río.

En su acción por el poder, el “antirrey”, logró robar “las garzas sagradas”, llenando con esta acción de temor a los principales capitales y comandantes del rey, quien al verse en este apuro se recordó de su fiel servidor Virata, le convocó y rogó “que capitaneara el ejército contra el enemigo”.

Virata, “un experto en la caza del tigre”, sabía que no podía encarar una batalla de frente, el ejército enemigo era infinito. Esperó la noche y los sorprendió dormidos. Huyeron despavoridos y Virata entró en la tienda del “antirrey” y mató en lucha encarnizada a cinco personas, recuperando “el símbolo divino, las garzas blancas”.

Al otro día, luego de lavarse la sangre en el río y orar “ante el ojo resplandeciendo de Dios”, Virata volvió a la tienda para examinar los muertos producto de la hazaña de la noche anterior.
Permanecían inertes, “conservando aún el terror en el semblante: los ojos abiertos y las bocas torcidas en un rictus de espanto” y, para su sorpresa, entre estos estaba su hermano mayor Belangur, “el príncipe de las montañas”, al que, “sin saberlo, había matado con sus propias manos durante la noche”. Desde entonces, el velo de la noche cayó fulminante sobre Virata.

Al regresar victoriosos al reino, el rey le pide a Virata que sea el Comandante supremo de sus ejércitos. Pero Virata se excusa, pues al haber matado a su hermano, juró nunca más asir una espada, pues “quien mata al hombre, mata al hermano”, además, argumenta que “la espada entraña violencia y la violencia es enemiga de la justicia”. El rey le dispensa, pero le pide entonces que administre justicia en su nombre, “pues conoces la culpa y sabes sopesarla como un hombre justo”.

Así, Virata, se convirtió en juez, y aunque sus veredictos eran severos, nunca decidía sin meditar profundamente sobre la justicia y la injusticia: Y antes de pronunciar sentencia, sumergía en el agua la frente y las manos para purificar su veredicto del fuego de la pasión”, por esto los condenados “aceptaban la condena como si fuese dictada por boca de Dios”, y nadie jamás detectó “un fallo en sus sentencias, ni negligencia en sus preguntas, ni cólera en sus palabras”. Desde entonces le llamaban: “La fuente de la Justicia”.

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