Ayer, domingo 6 de enero, celebramos el día de los Santos Reyes, la Epifanía de los Magos de Oriente, tradición que la práctica e influencia de otras culturas ha opacado, sin hacerla desaparecer. Más cercana del sentido cristiano de la Navidad que Santa Claus, se trata de la conmemoración de un acontecimiento de revelación religiosa, ligado al nacimiento de Jesús y mencionada en la Biblia en el Evangelio de Mateo 2, 1-12: “Nacido, pues, Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos diciendo: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?” “Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra”. No dice cuántos, de donde venían, título de Reyes ni nombres y es en el siglo VI cuando se nombran como: Gaspar, Melchior, Balthassar, en una imagen en la iglesia de San Apolinar Nuovo, en Rávena, Italia, vestidos a la usanza persa. Desde hace años se realiza una cabalgata, cosa que se hace en otras partes del mundo con igual motivo, que se inicia en el Cuartel de los Bomberos del Distrito Nacional, en la Avenida Mella y recorre varias calles, con representación de los Santos Reyes, montados a caballo. En una ocasión Monseñor Eliseo Pérez Sánchez, fallecido activísimo párroco de la Iglesia del Carmen y quien se ocupó por años de esa actividad, utilizó para darle dramatismo al desfile, un camello del zoológico de Santo Domingo, sin pensar que era una bestia no conocida por los criollos, que no había aperos apropiados para un dromedario, de mal genio por demás y no acostumbrada a ser montada. Narran los que conocieron las interioridades del caso que fue apoteósica la resistencia del animal y el negarse a andar por calles capitalinas, montado por un sujeto. En limitado sondeo entre niños de mi entorno, comprobé que saben mucho mas de Santa que de los Santos Reyes y que los padres prefieren a Santa. Después del desmadre económico del “blá fraidei”, Nochebuena con sus “jarturas” y “Santicló” , el 31 y los elementos para celebrar, es poco lo que queda para los 3 de los camellos, que se ponen chiquiticos para entrar a las casas y que a los que se portan mal les dejan carbón y pupú de caballo. El dejar “yerba pa lo camello, un trago’e ron pa lo reye, y un cigarrillo pa Melchor”, es cosa del pasado, entre tradiciones extraviadas, cuando la inocencia no permitía analizar las injusticias de la pobreza. La hierba es difícil en el área urbana; el ron no es trago de reyes, muy pocos fuman y a los niños no se les estimula con ese ejemplo. En mi infancia, veía con envidia infantil como los niños del Cibao, a quienes ponía el Niño Jesus el 24 de diciembre, tenían más tiempo para disfrutar sus juguetes que los capitaleños, que en ocasiones teníamos que entrar a clases el 7, recién pasado Reyes. “¡Ete cuento si ha cambiao!”.

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