Ante “sacudiones” que la vida da

No existe duda posible sobre el que eventos trascendentales en nuestras vidas  nos marcan. Los hechos que comprometen la estabilidad personal o familiar, o arrastran riesgos de vida, nos hacen reconsiderar valores y pesos específicos…

No existe duda posible sobre el que eventos trascendentales en nuestras vidas  nos marcan.

Los hechos que comprometen la estabilidad personal o familiar, o arrastran riesgos de vida, nos hacen reconsiderar valores y pesos específicos que asignamos a lo que consideramos importante, ineludible, imprescindible, así como el valioso tiempo que dedicamos a ellos.

Las situaciones difíciles surgen de manera inesperada y nos sorprenden en posiciones que pudimos haber previsto con un simple enfoque práctico, con elemental ejercicio de la regulada y cuadriculada existencia como ciudadanos y no permitiendo que las urgencias se impongan.

Un sencillo análisis de las cosas que valoramos como importantes frente a lo que es medularmente valioso deja en ocasiones muy mal parada la valoración que asignamos a compromisos y posiciones asumidas. Muy difícil resulta alejarse de uno mismo y observarse a distancia, como crítico equilibrado, poniendo en una balanza los beneficios materiales y las egoístas satisfacciones íntimas y en el otro, el sacrificio del equilibrio y paz interior y el uso del tiempo que debiéramos dedicar a nuestros hijos, padres, parejas, parientes unidos por el corazón, amigos queridos y cercanos. Siempre encontraremos justificaciones para permanecer en lo que asumimos y esto como mecanismo de autodefensa.

Hay espacios de vida que hacen propicio el cuestionamiento de cuánto tiempo de espacios compartidos con los hijos hemos “robado”, vástagos que en su vertiginosa dinámica de vida no cesan de evolucionar.

En esos “sacudiones” vemos, como en una película personal y propia, de qué callada manera hemos invertido nuestra existencia y de seguro que se extraen valiosas lecciones de nuestra filosofía, análisis que empujan a “propósitos de enmienda”, como nos repetían en el catecismo de la infancia, cuando se nos empujaba hacia el temor y el castigo más que a la valoración del bien y del mal. Las segundas oportunidades deben servir para marcar puntos de inflexión personal o de vida compartida, al tiempo que se presentan los eternos dos caminos para darle sentido a la condición humana de la incertidumbre en las decisiones.

Aunque a veces resulta “tarde para ablandar habichuelas”, siempre hay oportunidad de darle sustancia a nuestras acciones haciendo lo que nos gusta, al margen de la eterna lucha por el bienestar económico, donde dejamos de percibir lo hermoso, la belleza plena, la grandeza de las cosas simples, la trascendencia de lo elemental, lo majestuoso de las manifestaciones de la naturaleza, el sonido del silencio y las tantas riquezas a nuestro alcance, que la prisa hace que seamos ciegos e indiferentes ante sus repetidas manifestaciones. l

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