Cuando llegaba el verano

Mi niñez transcurrió en la vecindad de la Clínica Abreu, donde nací, que estaba frente a un cuidadosamente aseado Parque Ranfis, como debía de ser, pues llevaba el nombre del hijo del Benefactor de la Patria. Desde el parque se veía el obelisco,&#82

Mi niñez transcurrió en la vecindad de la Clínica Abreu, donde nací, que estaba frente a un cuidadosamente aseado Parque Ranfis, como debía de ser, pues llevaba el nombre del hijo del Benefactor de la Patria. Desde el parque se veía el obelisco, que exhibía algunos de sus más emblemáticos pensamientos, tales como: “Mis mejores amigos son los hombres de trabajo”. Ideario del vecino Partido Dominicano, sin más, pues todos los dominicanos pertenecían a ese partido y quienes no lo hacían -una selectísima minoría de valientes- eran unos malagradecidos y malos dominicanos.

Pero nuestra atención en aquel verano se centraba en los peces Guppies multicolores de los estanques del parque. Los más atrevidos de mis amigos sujetaban con un cordón la boca de los frascos vacíos de aceitunas provenientes de la empobrecida Madre Patria, para dejarlos deslizar en los estanques, en un descuido de los guardianes.

Llegado el momento tiraban del cordón y emprendían una carrera con los guardianes siguiéndolos, varas en mano… A partir de ese momento, todos nos dedicábamos a contemplar aquellos Guppies multicolores con sus colas en constante movimiento. Aristóteles habría quedado admirado ante tanta contemplación. Pero no todo era contemplación, pues contábamos con un amplio terreno para jugar baseball, en el solar que ocupa el Hotel Crowne Plaza.

Aquel día me tocó cubrir lo más alejado del jardín central. Recuerdo el pánico que sentí cuando aquella bola apuntó hacia mí y el alivio de verla caer en la avenida George Washington, con tan mala suerte que fue a dar con una limusina negra, con una sirena brillantemente niquelada.

Rápidamente salió del vehículo un Goliat, en uniforme militar, quien enfiló hacia nosotros, refiriéndose a nuestras madres, curiosamente, pues no tenía el honor de conocerlas… El primero en huir fue el flaco del descomunal batazo, que resultó ser un excelente corredor de obstáculos.

Por unos días aquella vecindad dominicana vivió en imperturbable silencio. El ideal del Benefactor para todo el país. Nuestras madres no salían del asombro de ver niños que no salían de sus casas. Pero tanta tranquilidad no podía durar mucho. Las tormentas tropicales llegaban y con ellas un baño con los amigos bajo un torrencial aguacero, el mayor placer del verano y el final de las vacaciones. Yo regresaba a los amigos de la escuela, como el entrañable Rafael Arvelo, cuyo padre, era sabido, había escapado aterrizando su avión militar en Puerto Rico.

Caminando juntos al salir de la escuela, Rafael me introdujo al mundo de los dinosaurios. Una conversación que continuábamos cada día, sin que nadie nos perturbara. Digo esto, pues por la ciudad rondaban cantidad de hombres y mujeres, que se acercaban a los niños como Rafael y les decían: “Oye niño, ¿donde está tu padre? Es que tengo un regalo que entregarle…”. Y qué “regalo”: la tortura y la muerte de un padre. Y pensar que hay personas que hacen la apología de aquella barbarie…

Posted in Sin categoría

Más de

Más leídas de

Las Más leídas