El día en que al pintor Norberto Santana se le cambió por pesadilla su sueño de París

Es cierto que fue uno de los últimos discípulos del maestro Jaime Colson. Y que perteneció al grupo El Puño. También, que ha hecho 21 exposiciones individuales y otras muchas colectivas. Pero, a pesar de todos los logros y satisfacciones, el…

Es cierto que fue uno de los últimos discípulos del maestro Jaime Colson. Y que perteneció al grupo El Puño. También, que ha hecho 21 exposiciones individuales y otras muchas colectivas. Pero, a pesar de todos los logros y satisfacciones, el pintor Norberto Santana no podrá olvidar nunca aquella fatídica noche en que fue el hazmerreír de todo el mundo en aquel día aciago, cuando un grupo de gamberros, Félix Brito, Santiago Sosa y Chalango, lo pusieron de rodillas ante el Chino del Maxim’s.

Eran los tiempos en que todos los intelectuales del patio soñaban con estar en París. ¡Oh, la ciudad de las luces!

Ellos habían estado durante horas en el Maxim’s, el mítico restaurante de la Máximo Gómez, entregados a una de las más tórridas y entretenidas tertulias que se produjeron en el siglo XX en la frontera entre Villa Juana y el ensanche La Fe.

Todo comenzó cuando Norberto avanzaba por la Máximo Gómez, que imaginaba como el Boulevard Montparnasse o el Boulevard Saint-Germain. Había dejado atrás el cementerio, que estaba a corta distancia de Herminia, inigualable centro de placer : “¿No sería mejor llamarle a ese bello lugar el Moulin Rouge?”, se preguntó, en alusión al sitio donde hizo fama Toulouse Lautrec.

Mientras, el grupo del Maxim’s saboreaba sendos platos del famoso chicharrón de pollo del emblemático lugar, sazonándolo con tragos de 42G, Jacas Especial y Banderita, haciéndose la idea de que eran vinos “Petrus, de Burdeos”.
Ahora el pintor pasaba por el popular “Gioconda”, que estaba frente a “El Botecito”, dos lugares de esparcimiento masculino, uno de los cuales ahora, en la imaginación del artista, no era otro que el “Café de Flore”, done Jean-Paul-Sartre y Simone de Beauvoir, acostumbraban tomar su “petit dejeuner”.

Los del Maxim’s, masticando despacio su chicharrón de pollo, discutían acerca del existencialismo, el realismo y el expresionismo, simulando que lo que probaban era el exquisito queso francés Fromage de Chévre, que debería acompañarse con vino Chateau Margaux.

Norberto no quiso girar a la izquierda, donde estaría en la calle 25, morada de “Lo’ Perro’”, que imaginaba como el café “Les Deux Mugots”, donde Ernest Hemingway, Albert Camus y Pablo Picasso frecuentaban con pasión. Y menos a la derecha donde se ubicada “Cambumbo”, que en sus adentros se convertía en el café “La Closerie des Liles”, el preferido por Paul Cezanne, Vincent Van Gogh y el poeta Paul Verlaine.

Ahora, los amigos del Maxim’s habían pedido una sopa china, muy aclamada en el lugar, pues a muchos le sabía a uno de los quesos preferidos por los franceses: el “Bleu D’Auvergne” que, en la cabeza de estos contertulios, se acompañaba con el vino más caro del mundo, el “Goüt de Diamantes”. El Chino del Maxim’s los miraba sonriendo.

El alumno de Colson se detuvo en la esquina Mauricio Báez y miró a su derecha, donde se encontraba la famosa “María Caché”, otro elegante centro de “mujeres alegres”, que a él se le asemejó al café “La Rotonde”, uno de los favoritos de Amadeo Modigliani y de Salvador Dali y su amada, Gala. Pero, en lugar de ir a aquel lugar, prefirió seguir la Máximo Gómez, ¿Boulevard Montparnasse?, donde pediría su plato favorito: arroz con camarones.

Allí, Félix Brito y los otros habían pasado del lava gallos a un whisky famoso, cuyo mensaje al lado del restaurante decía: “Amigo bebe, que la vida es breve”. Sin embargo en sus devaneos afrancesados, en lugar de esta bebida lo que degustaban no era otra cosa que el champagne Moët & Chandom Don Perignon. El Chino seguía mirándolos.

Al entrar al Maxim’s Norberto Santana aspiró profundamente, sintiendo el aroma del “Museo del Louvre”.

–¡Bravo! ¡Llegó el dueño del arte!–. Norberto se inclinó, reverente, ante el elogio.
–Siéntese en nuestra mesa –Le
acercaron una silla–. El Chino, hora,
lucía solemne.
–¿Qué quieres tomar?
–No, gracias. Sólo quiero arroz con
camarones.
Se lo trajeron casi de inmediato, pues el Maxim’s estaba a punto de cerrar. Y el Chino, ahora, lucía impaciente.
Fue en ese momento cuando Santiago Sosa sintió deseos de ir a la “salle de bain”.
–¿Cómo está don Jaime Colson, el gran maestro? –preguntó Chalango.
–Muy bien, él es una inspiración, un modelo, un genio…
Ahora fue a Chalango a quien le dio deseos de ir al baño, mejor, le toilette.
–¿Es cierto que Papo Peña se fue a
Madrid?
–Yo oí eso, pero entiendo que se trasladará a París.
–Que bueno… Oye, espérame un momento, para ver qué pasa con esos dos.
Y Felito se fue. Ahora, Norberto
estaba solo… Y siguió solo.
Hasta que, pasados unos quince
minutos, el Chino le trajo el asunto…
–¡¿Qué es esto?!
–Son 378 peshos.
Pero si yo sólo pedí arroz con camarones. ¿Y los otros?
–Hace lato que ‘tán en shu casa. Usted tiene que pagal tola la cuenta deta mesha.
Norberto se alarmó, protestó, gritó. Pero el Chino estaba imperturbable.
Vino la policía. Se lo llevaron. Y tuvo que ir Aurora, su esposa, a pagar la cuenta que habían hecho los pillos.
–¡Maldición: esos canallas me echaron un cubo!
Así fue, para entones había dos tipos: se le echaba un cubo a las mujeres, cuando se iban sin pagarle. Y a los pendejos, cuando lo sentaban en una mesa, luego de haber consumido un dineral, y escapaban, dejándole la cuenta.
Cuando el pintor, echando chispas, pasaba por mi casa, en la Francisco Villaespesa, juró que cobraría venganza, mientras yo oía por la radio lo que acababa de poner Wilfredo Muñoz en “Mil serenatas”, cuyo enlace les copio a continuación:

https://www.youtube.com/watch?v=ni5zXj86_4s
Años después, Norberto le lloraría la historia al pintor León Bosch, quien le daría su merecido a Brito. Pero ese día, pasó por mi casa destruido. Derrotado. Y vencido.

Yo puedo decirlo. Yo estaba allí. 

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