El efecto embriaguez

En el cine siempre he sido muy exigente. No por experta, sino más bien porque no soy dada a pasar tanto tiempo en tranquilidad y si voy a durar…

En el cine siempre he sido muy exigente. No por experta, sino más bien porque no soy dada a pasar tanto tiempo en tranquilidad y si voy a durar una o dos horas “embelesada” frente a una pantalla, pues el asunto debe valer bien la pena o llamar mi atención. Cabe mencionar, que por culpa de esa actitud selectiva me he perdido de ver muchas cosas buenas, pero de los pocos filmes que he visto; dos, quizá tres, me dejaron loca y amándolos por siempre. El perfume, adaptación de la novela de Patrick Süskind, y el barbero loco de Tim Burton: Sweeney Todd , son películas que no olvido. Dos perturbados y de paso, asesinos. Pero, ¿que se atreva alguien a negarme que esas dos producciones son una delicia de coco?

Respecto a la literatura, acuso a Mario Vargas Llosa. A ese señor se le ocurrió contar la historia de “la chilenita”, una necia hasta el final, y esa enorme nube de peripecias me subió a su cielo narrativo y más nunca me he podido apear. Es más, luego de ese libro, Llosa publicó El sueño del celta y ésta es la fecha en la que ese libro anda dando lástima porque yo lo lea. No he podido. Estoy embriagada, muy.

Y en ese campo ando peor, pues más que por disciplina leo por diversión, por lo que todo lo que no me atrape, se va. Aún tengo las secuelas de su efecto.

¿Alguien puede darme a beber otra cosa?

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