Egofuncionarios

Mucha gente se acostumbra tanto, pero tanto, a los cargos públicos, sean por elección o por designación, que hasta llegan a enfermarse de agudas depresiones cuando dejan esos cómodos y fresquecitos despachos, llegando  en ocasiones a verse precisados

Mucha gente se acostumbra tanto, pero tanto, a los cargos públicos, sean por elección o por designación, que hasta llegan a enfermarse de agudas depresiones cuando dejan esos cómodos y fresquecitos despachos, llegando  en ocasiones a verse precisados a someterse a tratamientos sicológicos. Son, me dijo un amigo sicólogo, una especie de egofuncionarios aquejados de un trastorno que requiere de terapia hasta por varios meses. Consulté a este amigo, para documentación e información mía y para mis lectores, encontrándome con la sorpresa (sin que sea indiscreción, ya que no me dio nombres siquiera) de que el profesional de la conducta humana al que acudí tiene varios en su lista de pacientes actuales. Me contó que “algunos tienen el síndrome persecutorio, que se creen que están rastreando sus movimientos, cuentas y hasta conversaciones telefónicas”. Pero también me relató que los hay que “se han quedado como una especie de egoministros, que pese a no tener posición pública alguna, cuentan con choferes, asistentes, secretarias y ayudantes que les abren las puertas para que se desmonten de los vehículos y hasta les siguen tratando de ¡Señor(a) ministro(a) ordene!”. Aterricen, aterricen, aterricen…

Cuervos

Algunos de esos mismos exfuncionarios también se encuentran, al dejar los cargos, despachos y poder, con que muchos de aquellos subalternos a quienes favorecieron, promovieron y/o dejaron hacer y deshacer, se colocan en primera fila en el pelotón de fusilamiento moral que cuestiona todo cuanto se hizo antes, precisamente cuando sus opiniones (hoy críticas y de censura) tenían la categoría de órdenes. “Son los tradicionales oportunistas, trepadores, una especie de cuervos que pretenden lavarse las manos como Pilatos de la gestión del que dejó la posición”, me explicó mi amigo sicólogo, intentando ofrecerme una definición de la deslealtad y bajeza de esos arribistas. ¡¿Qué cosa? ¿Eeehhh..?

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