Exaltación y semblanza de Dinápoles Soto Bello (2 de 2)

Concluye esta semana la eulogiante, informal y risueña semblanza que de Dinápoles Soto Bello hiciera Eulogio Santaella con motivo de un merecido reconocimiento a su labor en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. A la divertida semblanza&#

Concluye esta semana la eulogiante, informal y risueña semblanza que de Dinápoles Soto Bello hiciera Eulogio Santaella con motivo de un merecido reconocimiento a su labor en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. A la divertida semblanza sigue una apostilla del Dinápoles de marras y finalmente otro breve perfil del mismo basado en unos apuntes de un amigo carnal.

Sólo espero, si no es mucho esperar, que en la edición digital de esta página conserven los subtítulos en negritas que permiten diferenciar las partes de este escrito y los nombres de sus autores.
A Dios que reparte suerte. PCS.

Dinápoles Soto Bello en la memoria de Eulogio Santaella

Por qué se habla tanto de computadoras en este relato. Eso tiene su razón de ser. Las computadoras determinaron la llegada a la Madre y Maestra de Dinápoles, quien a su regreso al país se incorporó al cuerpo docente de la UASD. Tiempo después, habiendo terminado sus estudios de post grado en Monterrey también ingresó a la UASD el Ing. Gil Mejía cuyas ilusiones de toda una vida se convirtieron rápidamente en desilusiones.

Tan atrasado era el país que un desorejado de un partido de pacotilla escribió un panfleto indicando que la recomendación de crear un Centro de Cómputos en la UASD era una maniobra más de penetración cultural del imperialismo, que eso no se necesitaba y que esa sugerencia se debía a que Miguel tenía algún interés económico en la operación de compra de esos equipos. Al decir de algunos críticos mordaces, en esa época Miguel pesaba unas 110 libras estando mojado y tenía una musculatura que no se parecía a la de Charles Atlas. Aun así él tomó la justicia por sus propias manos y por sus propios pies: golpeó con trompones y patadas al desorejado y desde ese momento renunció a su cargo en la UASD.

Superado lo que podía considerarse como un trauma juvenil, tres meses más tarde, llegó Gil Mejía a la Madre y Maestra. Nuestra Universidad no dejó a la UASD en desamparo y se facilitaron los servicios del Ing. Roy para que asesorara al Ing. Hamlet Herman, quien sucedió a Gil Mejía en su puesto de la UASD.

Dinápoles no tiene el sentido comercial de los banilejos pero sí tiene, por instinto, el atributo de la precaución. Por eso se quedó en la UASD y mandó a su carnal, como si fuera un Adelantado de la época de la conquista, para que evaluara por sí mismo cómo eran las cosas en Santiago durante varios meses. Esa evaluación no podía arrojar ningún otro resultado que no pudiera estar codificado en el siguiente mensaje: “Ven para acá que este es el paraíso”. Y en este paraíso ha estado Dinápoles, por muchas décadas, contribuyendo con su presencia y de su familia, a elevar el estándar paradisíaco de nuestra ciudad y de esta Universidad de todos ustedes.

Dicen que Miguel era voluntarioso. No se sabe si eso es cierto. Lo que sí es cierto es que Dinápoles tenía y tiene una voluntad de hierro que le ayudó a superar todas las adversidades, incluyendo las travesuras turbulentas de sus compañeros de apartamento cuando era estudiante en Monterrey. Todo comenzó con una apuesta que aparentaba ser inocente pero que era el fruto de una conspiración juvenil, bien urdida, que ahora pudiese ser catalogada como una Asociación No de Bien Hechores .Quien perdiese la apuesta tendría que pagar el cine y la cena del viernes en la noche a los tres vencedores. Perdía quien se fuera primero a dormir. Dinápoles estaba acostumbrado a amanecer estudiando pero esa noche tenía sueño antes de las diez de la noche y él se reprochaba a sí mismo preguntando para sus adentros por qué Morfeo me ataca hoy, justamente el día de la apuesta. Para contrarrestar ese ataque de sueño comenzó a caminar por una acera bien iluminada de los Apartamentos Montemayor, teniendo su libro al alcance de su visión. No sabía Dinápoles que sus compañeros le habían suministrado, aviesamente, tres pastillas de somníferos o soporíferos en el jugo de la cena. Esa dosis era capaz de anestesiar un elefante. Sin embargo, después de su caminata de estudio, sabiendo que ya había vencido al sueño en los rounds iniciales de la pelea, Dinápoles retornó al apartamento, se sentó en la cama y continuó estudiando. El que verdaderamente perdió fue el que inició la conspiración para esa apuesta mañosa, ya que recostó su cabeza en la almohada de su cama y se quedó rendido. Este joven fue el travieso Michael Roy.

Cuando la historia de la apuesta se hizo de conocimiento público, no me quedó más remedio que ponerle un apodo de reconocimiento, el cual todavía se recuerda y se mantiene vivo. Dinápoles fue rebautizado con el nombre de: El Tronco. Así siempre se ha portado Dinápoles, como un TRONCO de sabiduría compartida, de solidaridad humana y de profunda fe cristiana. (Eulogio Santaella).

Apostilla de Dinápoles

Disfruté leyendo la “conspiración” de los compañeros del apartamento de los Montemayor. Hago algunas aclaraciones que son esenciales para el relato: Si no recuerdo mal, fueron dos somníferos que echaron en mi taza de café (no en jugo); nunca salí del apartamento, caminaba en él como un zombi y me sentaba en la mesa a estudiar, alternando ambas cosas. Los conspiradores fueron cayendo uno a uno, primero Michael, luego Miguel. Gustavo fue el más resistente, con la esperanza de doblegarme, y convencido de no poder hacerlo me propuso, muy tarde en la noche, que nos acostáramos al mismo tiempo, y acepté su propuesta.

Lo que no recuerdo es que esos traviesos conspiradores me pagaran ninguna cena… (Dinápoles Soto Bello).
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Dinápoles Soto Bello de perfil
El hermano de Miguel Gil Mejía le puso Indianápolis porque no podía pronunciar Dinápoles, y otros le decían Dinjápoles. Pero lo que importa es que el hombre, o mejor dicho el muchacho de aquella época, nació en Baní, la internacionalmente conocida capital del mango. Su padre, político de la época, fue síndico de aquí, gobernador de allá, y la familia vivió en varias ciudades del Sur, pero raíces, tronco y ramas estaban en Baní.

Joven tranquilo, estudioso, nada travieso, introvertido, devorador de libros (hablo de Dinápoles no de su papá), graduó de bachiller en Matemáticas y marchó a la USD, que entonces no tenía la A de autónoma, y allí conoció al mentado Gil Mejía, banilejo también pero residente en Ciudad Trujillo, que así se llamaba entonces la Capital.

Hubo química inmediata entre Miguel y Dinápoles y sobre todo en matemáticas. Vivieron en San Carlos, no iban a fiestas, básicamente sólo estudiaban, estudiaban y después estudiaban. En vacaciones se divertían igualmente estudiando en el parque infantil de Baní, tragando libros con insaciable apetito.
Luego, en 1964, fueron a parar al Tecnológico de Monterrey, y allí, para variar, siguieron consumiendo frenéticamente libros y se destacaron junto a Gustavo Alba Sánchez y Michael Roy (un hermano haitiano adoptivo) entre los mejores estudiantes. Compartían un apartamento en un edificio llamado Montemayor y por tal razón se autodenominaban los cuatro jinetes del Montemayor y dicen que tanto tanto estudiaban que le daban café a los bombillos para que no se apagaran.

Gil Mejía se destacaría también como liceísta. De hecho, presume más de su título de liceísta que de su título de ingeniero.

Dinápoles se hizo Físico Matemático en Monterrey luego fue a civilizarse y hacer un posgrado en Francia. Su tesis de grado en el Tecnológico, “Filosofía de las matemáticas”, provocó serios problemas entre los miembros del jurado calificador. No había un filósofo que entendiera tantas matemáticas ni un matemático que entendiera tanta filosofía.

Al cabo de cincuenta años de ejercicio docente en la PUCMM, Dinápoles Soto Bello se ha ganado el más amplio reconocimiento como maestro y ser humano. Sus ancianos amigos y compañeros del Tecnológico de Monterrey, de la PUCMM y de la vida lo consideramos clase aparte. Una persona especial que ocupa un lugar especial en nuestros corazones.

Y queremos decírselo.

(Recreación de unos apuntes del ingenioso ingeniero Miguel Gil Mejía, PCS).

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