Intelectuales y diseñadores, su atención.

Sus mundos, ambos atrapados en el saber, dejan en evidencia cómo en el contraste de sus curvas, se unen.   Cultura es conjunto de costumbres, conocimientos, modos de vida; es desarrollo…

Sus mundos, ambos atrapados en el saber, dejan en evidencia cómo en el contraste de sus curvas, se unen.  

Cultura es conjunto de costumbres, conocimientos, modos de vida; es desarrollo artístico, científico o industrial en una época determinada o de algún grupo social específico. También es palabra, un lenguaje no verbal. Al igual que la moda. Ambas en este punto, se encuentran y se convierten en intimidad con los sentidos: una imagen sensorial que llega a través de las texturas, los colores, las formas, los estampados.

“Cada traje, cada joya, y cada accesorio corresponden a una palabra que, a su vez, remite a la imagen de una cosa, de pasión, de una persona o de un personaje”, expone Alison Lurie, en su libro El lenguaje de la moda: una interpretación de las formas de vestir. La moda, entonces, según explica, también se vuelve lenguaje, “que está siempre en continuo cambio, como las lenguas habladas y escritas”. Es por eso, infiere, que las nuevas ideas y fenómenos exigen palabras nuevas pero también novedoso estilos.

Marta Ferino, socióloga especialista en moda y diseño, citando al escritor italiano Umberto Eco, aseguraba que la moda no es frívola ni superficial. Es cultura. Y he aquí otra vez que se reafirma cómo parte del lenguaje: “cuando decimos que es cultura, afirmamos que tiene un lenguaje, una manera de decir, un sistema de signos. Entonces, cada vez que nos vestimos estamos ejerciendo esa función tan importante del ser humano que es el habla”, dice la experta en una entrevista publicada en el Diario La Nación, de Argentina.

Es eso. La moda siempre está diciendo algo. Es una comunicadora incansable que está a la expectativa para poder transmitir lo que sucede en determinada época o tras un determinado acontecimiento.  Y sucede, que cuando reparamos en definir cultura popular, no es más que: “manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo”, define la Rae. Esta es la evidencia de su eterna unión. P

El vestido negro y el estilo Garçonne

El estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) aceleró los cambios que ya se venían gestando desde finales del Siglo XIX. Los conflictos políticos y la crisis económica existentes en las ciudades europeas, las llevó a devorarse, unas con otras. Europa perdía su esplendor y con ellos, se diluían los sistemas y valores sociales predominantes. En tres palabras: la sociedad cambió. Y por supuesto, la vestimenta fue un reflejo claro de esa repercusión. La crisis no sólo se vio evidenciada con el ruido de las armas. “Las mujeres, que debieron asumir la responsabilidad de las tareas de los hombres en la sociedad y la industria durante el conflicto bélico, necesitaban prendas prácticas en lugar de trajes decorativos y complicados (…) El vestido de sastre se convirtió en el artículo esencial de la moda femenina de la época”, describe el II tomo del libro de moda del Instituto de Kioto.

Aquí es donde aparece Gabrielle “Coco” Chanel, una mujer trabajadora que introduce el estilo garçonne (del francés “chico” o joven) un estilo femenino masculinizado, que le dijo adiós a los peinados elaborados para abrazar el pelo corto, como el famoso bob cut. Se llevó el corte de la falda del tobillo a la rodilla y por supuesto, nada de pechos al aire ni cinturas ajustadas. Era un estilo completamente andrógeno, de chaquetas y hasta corbatas, pantalones a la cintura, con correas y camisa por dentro. Chanel jugó un rol decisivo en este nuevo aspecto de la moda femenina, apunta el texto. “Coco Chanel, la encarnación perfecta de la mujer independiente, creó toda una nueva ética del vestir y propuso un estilo para aquellas que estaban dispuestas a vivir su propia vida de forma activa”.

Hay que cuidarse de caer en el error de que sus trajes eran poco femeninos. Ese fue su aporte más significativo: no restarle esencia de mujer a sus creaciones. Eran elegantes, refinadas, aunque su línea fuera simple, cómoda y sobria. Coco fue la pionera en combinar el género de punto y formas para confeccionar atuendos. Luego pasó a chaquetas, faldas, conjuntos con el mítico tejido tweed; pantalones de estilo marinero, vestido de pantalón que llamó “piyama de playa” y, por supuesto, la pieza más famosa de todo su clóset: el vestido tubo de color negro, que según expertos surgió en el 1926.

Giorgio Armani más tarde definiría a este guardarropa como el de una mujer que, más allá de querer explotar el feminismo, significaba “el testimonio de los cambios de un mundo en el que ellas pueden acceder a los círculos de poder”, como bien se aclara en el libro Fashion Box.

Anecdotario

Audrey Hepburn fue la que puso de moda el icónico vestido negro. Cómo no recordar su papel en Breakfast at Tifanny’s (Desayuno con diamantes. Blake Edwards, 1961) con una creación de Givenchy. Mejor no lo pudo decir Truman Capote, autor de esta novela llevada luego a la gran pantalla: “Era una tibia tarde casi estival, y ella llevaba un grácil y fresco vestido negro, sandalias negras y un hilo de perlas”. Chanel fue rival de Paul Poiret. El libro Fashion Box relata una anécdota en la que el rey de los vestidos Sherezade, pretende burlarse de Chanel diciéndole: “Señora, ¿por quién está de luto vestida así? A lo que ella responde: “Por usted, Monsieur”.

De Oriente a Occidente

Podemos decir que todo comenzó con La Ruta de la Seda. Ese camino en que Oriente se conecta con Occidente, principalmente movidos por la atracción de su más preciado textil: la seda. Ciertamente, eran asuntos puramente comerciales los que llevaron a Asia a dejar su huella de una vez y para siempre en la cultura occidental, y esto sucedió varios siglos antes de Cristo. La travesía se convirtió posteriormente en una aventura cultural, por la que circularon no sólo mercaderes, sino filósofos y soldados, porque como siempre, el dominio territorial siempre ha sido parte de la historia.

Luego de varias interrupciones, fruto de las mismas guerras que dejaban muy claro cuáles rutas marítimas no se podían transitar, nuevamente a partir del siglo XIII y hasta el  XIV  se reanima el comercio y con él, la influencia de esos tejidos fascinantes de Asia (cuyo secreto sólo conocían los chinos, en el caso de la seda) a países como Italia, afirma un artículo publicado en la versión española de la revista Vogue. “Los pájaros, dragones, y los motivos florales de la cultura asiática llegaron a los estampados de las prendas occidentales”, apunta el escrito. Los decorados de la porcelana china comenzaron a estamparse sobre las telas. Predominaba una fascinación especial por este estilo en la clase burguesa. Fue a partir del siglo XIX que los vestuarios orientales se extiendieron a las demás clases sociales, tanto al guardarropa femenino como al masculino.

El modisto Paul Poiret tenía un gusto muy marcado por la moda oriental. Según el libro Moda, una historia desde el siglo XVIII al siglo XX, en los años 20 la laca japonesa fue uno de los elementos más importantes que se utilizaron en el estilo art déco. Para esa época, el kimono japonés fue copiado y finalmente, asimilado por la indumentaria occidental.. A él le debemos la creación del famoso abrigo Mikado (seda negra, apaisada). 

Pero no sólo Oriente movió a Occidente, sino que también países como Japón adoptaron indumentarias del otro lado del mundo para su uso cotidiano, todo esto tras la Segunda Guerra Mundial.

El texto menciona cómo tras el debut de Kenzo Takada en París de manera exitosa en 1970, los diseñadores japoneses lograron escalar  las pasarelas de la moda internacional, contando con el respaldo de la prosperidad económica que hubo tras el conflicto bélico. 

Aportes de diseñadores orientales 

Issey Miyake con su concepto de prenda plana, la estructura tradicional de la indumentaria japonesa. Luego, introdujo en los 80 las prendas plisadas y en el 1990 se las juega con el A-POC (A Piece Of Clothing), que combinaba la tecnología informática con métodos tradicionales, para darle vida a una única pieza, en la que se controla el telar a través de una computadora. En los años 80, Rei Kawakubo y Yohji Yamamoto causaron un gran impacto con la ropa monocromática, para expresar, adrede la ausencia en lugar de la existencia. 

Las flappers y los locos años 20

Una vez terminada la Primera Guerra Mundial, se produce una transformación socioeconómica y política en toda América y Europa. Un tiempo de esplendor se asoma, porque ya es una ley que después de la tormenta viene la calma. De tal manera se recuperaron los países en guerra, que los años 20 fueron de locura, literalmente. Música, bailes, glamour, abundancia… La mujer, cuyo closet es el que mejor evidencia los cambios sociales, se había empoderado, subiendo aún más el largo de su falda. Ellas habían creado un nuevo estilo de vida, el flapper (por eso fueron llamadas las flappers). Tomaban, asistían a fiestas, escuchaban jazz (una música no convencional y un tanto revolucionaria), bailaban, fumaban, conducían carros. En fin, toda acción que era atribuida únicamente a los hombres.

Todo esto fue gracias a los intercambios culturales de la postguerra, que marcó el inicio de la ya mencionada “liberación femenina”, que no es más que su independencia y reivindicación de sus derechos, emancipándose del yugo masculino.

Con su corte de pelo a lo garçonne o estilo bob cut con flequillo sobre las cejas, sus vestidos de flecos, sandalias de tacón, largos collares de cuentas de perlas, sombreros cloché, plumas, y por supuesto, mucho maquillaje, las flappers conquistaron el mundo occidental con su provocadora personalidad.

“A partir de los años 20, causaron furor los nuevos tipos de música bailable, como el tango y el charlestón. Los bailarines disfrutaban con el animado sonido de esta nueva música, y la década fue conocida como “Los locos años veinte” o la “Era del jazz”. Se hicieron populares los vestidos hechos con materiales que mostraban todo su efecto con el movimiento del baile, como las lentejuelas y los flecos”. Moda, una historia desde el siglo XVIII al siglo XX.

“Antes de la Segunda Guerra Mundial la moda americana dependía de la Alta Costura parisina. Pero cuando estalló la guerra (1939-1945), América tuvo que encontrar su propio estilo”. Moda, una historia desde el siglo XVIII al siglo XX.  

Piezas icónicas

El instituto de la Indumentaria de Kioto (KCI, por sus siglas en inglés), considera que la indumentaria es una manifestación esencial del propio ser. En el caso del corsé, por ejemplo, que ceñía con mayor fuerza el cuerpo de las mujeres a mediados del siglo XVIII, era una pieza propia del estilo rococó, sinónimo de coquetería, seducción y feminidad entre las damas que pertenecían a la aristocracia, las que usualmente lo llevaban. El corsé formaba parte del vestido de volante, una vestimenta popular para finales del reinado de Luis XIV, que, a propósito, fue quien puso de moda el uso de los zapatos de tacón, para disimular su baja estatura.

Pasó mucho tiempo para que la ajustada pieza que simulaba el torso de una dama en una silueta en forma de “S” dejara de ser famosa. Fue en la medida que la mujer se fue abriendo paso en el mundo laboral, teniendo una vida más activa, cuando se “aflojaron” sus varillas. Digamos que con la liberación femenina vino la “liberación” del corsé. Y qué alivio debieron sentir.

Aunque no fuera su intención, fue gracias a Paul Poiret, que la mujer se salvó del asfixie de esta indumentaria ajustadísima. El modisto, en 1906, creó el estilo helénico, que según el libro de moda de la colección de Instituto de la Indumentaria de Kioto, era un diseño sin corsé y de cintura alta. “Los diseños de Poiret no surgieron de un deseo de liberar a las mujeres de la tiranía centenaria del corsé, sino de una apasionada búsqueda de nuevas formas de belleza. Sus vestidos, sin embargo, consiguieron algo que ni las activistas feministas ni los médicos habían logrado a finales del siglo XIX: liberar a las mujeres del corsé”, apunta Reiko Koga, profesora de la Universidad Bunka para Mujeres. Esta pieza consiguió volver al ruedo de las preferencias de las chicas, a finales de los años ochenta y principio de los 90, impulsada por una de las artistas más influyentes de esa década: Louise Veronica Ciccone, mejor conocida como Madonna, quien en los conciertos llevaba corsés, uno de ellos inolvidables. Confeccionado por Jean Paul Gaultier, tenía una extravagante forma de cono en los pechos: “exageración de una feminidad tan dominante  que juega con los estereotipos del fetichismo”, sugiere el Fashion Box. “El corsé ha vivido infinitas transformaciones, pasando en fases alternas de armas de seducción a instrumento de control social del cuerpo femenino”. Chanel decía que “humillaba a las mujeres” porque era sígno de constricción. Odiado u amado, parece inmortal; es revolucionario y rebelde.

Liberación

El corsé se resiste en pasar a la historia. Ha evolucionado, sacando provecho de lo mejor de sí mismo. Fue capaz de sobrevivir a las cortes del siglo XVIII (la Revolución Francesa) para luego instalarse en el siglo XX, en ambos tiempos y a su manera, como signo de liberación.

Paul poiret presentó EL PRIMER vestido sin corsé en el 1906, aunque se dice que la mujer no se libró de esta prenda totalmente hasta pasada la primera guerra mundial. 

Yves Saint Laurent, la Sahariana y el arte

“Con las revueltas estudiantiles de mayo del 68 en París, los valores sociales cambiaron de forma radical” (Moda, una historia desde el siglo XVIII al siglo XX). En año1968 nació lo que se conoce como “la contracultura”, una corriente que se oponía a todo lo que hasta el momento dictaban los cánones sociales: tendencias, valores, ideologías, creencias. La contracultura era oposición a lo establecido. El historiador estadounidense Theodore Roszak es el autor de este término que fue testigo de movimientos sociales como el de las revueltas estudiantiles del 68, en toda Francia, pero especialmente en París, durante mayo y junio de ese año.

Esta revolución, que se gestaba en un momento de crisis económica y política, no sólo en Europa, sino también en Estados Unidos, había llevado al surgimiento de movimientos revolucionarios de izquierda e incluso a la independencia de algunos países colonizados.

Toda esta convulsión mundial influyó en la moda. Inspirado en estas revueltas el apasionado diseñador Yves Saint Laurent creó un nuevo concepto de estilo: la moda sahariana, que tenía como base los pantalones y las chaquetas, inspirados en la cultura africana. El fotógrafo Franco Rubartelli inmortalizó esta icónica tendencia junto a la modelo Veruschka, que llevaba el traje de safari creado por el modisto de origen argelino.

Su pasión por las artes lo llevó a crear uno de los diseños más emblemáticos de la historia. Fue para el año 1965, con el vestido camisero inspirado en una de las obras del pintor holandés Piet Mondrian. Laurent dedicó toda una colección al famoso movimiento artístico conocido como neoplasticismo o constructivismo holandés, basado en las formas geométricas y colores básicos. Le llamó el “Mondrian look” y fue todo un escándalo hasta principio de los 70.

“El vestido más bello que puede vestir una mujer son los brazos del hombre que la ama. Pero para las que no han tenido la suerte de encontrar esta felicidad, estoy aquí”, Yves Saint Laurent, 1983.

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