El poder del jefe

No. No estoy hablando de la trilogía de documentales noventeros de René Fortunato sobre Trujillo. Estoy aquí para hablar de otra clase de poder y de otra clase de hombre.

No. No estoy hablando de la trilogía de documentales noventeros de René Fortunato sobre Trujillo. Estoy aquí para hablar de otra clase de poder y de otra clase de hombre.Argentina disputará en el Maracaná su quinta final de Mundial, la primera en 24 años, después de salir airosa de un encuentro contra la Holanda de Van Gaal en el que, sobre el campo, se erigió como figura heroica un señor que, por casualidad de la vida, comparte apodos con el caudillo dominicano: Javier Alejandro Mascherano.

El apodo que tanto hemos llegado a conocerle a Mascherano (‘El Jefecito’) es uno que a él personalmente le disgusta. El matiz autoritario que conlleva es uno que nunca le ha resonado demasiado: ‘No tiene nada que ver conmigo, ni con mi personalidad,’ dice cuando le preguntan. Sin embargo, tras admirar su actuación sobre el terreno de juego contra los holandeses, sus valientes coberturas sobre Robben y demás tulipanes, su omnipresencia para despejar el peligro y su peso anímico dentro del equipo, difícil no sentir que el sobrenombre le queda perfecto.

Se dice de Mascherano que, durante la época de Guardiola, el susodicho muchas veces lo elegía para enfrentar la sala de prensa en momentos de delicadeza máxima o cuando esperaba un encuentro de suma importancia. Sus motivadores discursos y su elocuencia frente a las cámaras siempre mostraron que el liderazgo que este centrocampista ejercía no estaba limitado al campo de juego.

Para Argentina es importantísimo. Si Messi es la máxima estrella y el referente futbolístico del plantel, Mascherano es el alma y el director anímico de una plantilla que ha superado varias barreras psicológicas en este Mundial y que, mañana, buscará romper la última de todas.

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