A propósito del Pacto Educativo

Tras su puesta en marcha el pasado mes de  septiembre, el proceso diseñado para discutir el Pacto Nacional Educativo con los distintos sectores sociales del país ha seguido avanzando de manera exitosa. No cabe duda de que se trata de…

Tras su puesta en marcha el pasado mes de  septiembre, el proceso diseñado para discutir el Pacto Nacional Educativo con los distintos sectores sociales del país ha seguido avanzando de manera exitosa.

No cabe duda de que se trata de un Pacto de naturaleza inobjetable al que todos debemos apoyar.

Sin embargo, la historia dominicana muestra que pactos y planes suelen quedarse en meros buenos propósitos que rara vez llegan a implementarse.

De hecho, la Constitución del 2010 sigue sin las leyes adjetivas requeridas para la puesta en ejecución de muchos de sus enunciados; numerosas leyes del Congreso permanecen sin los reglamentos que harían posible su implementación; mientras que, por su parte, los reglamentos emitidos por diversas instancias del Ejecutivo terminan siendo letra muerta.

Ante una tan consistente tradición de incumplimientos, urge hacernos una pregunta: ¿Qué deberemos hacer para evitar que el Pacto Educativo corra la triste suerte de tantos de sus predecesores? Días atrás, una experta en política educativa, María Eugenia Báez, hacía las siguientes recomendaciones para evitar que el Pacto quede en meras buenas intenciones:
• Desarrollar un mecanismo de retroalimentación que permita ir aprendiendo según se vayan implementando las reformas.

• Definir estándares para medir la calidad de la enseñanza.
• Medir los resultados logrados en el aprendizaje.
Se trata de medidas de carácter técnico acertadas. Sin embargo, no nos engañemos. Ellas no bastan para que el Pacto obtenga el suficiente “agarre social” que garantice su sostenibilidad en el largo plazo.
Para ello, el Pacto necesita fundamentarse en un cambio radical de actitud por parte de nuestra ciudadanía. Cambio que la saque de una pasividad recientemente calificada de “amemamiento” y que transforme a muchos dominicanos de clientes pasivos de un Estado clientelista en ciudadanos conscientes de sus derechos y fieles cumplidores de sus deberes. Hay que considerar la apatía y la inacción ciudadanas como las causas últimas del empantanamiento de tantas buenas iniciativas encaminadas a consolidar nuestra democracia. l

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