La sociedad ha visto el desarrollo de debates en los que se envuelven aspectos que tienen que ver con el destino de la Nación, los que necesariamente suponen la incumbencia de alguna instancia del gobierno nacional.Las palabras del embajador de Estados Unidos, James Brewster, en la Cámara Americana de Comercio y sus exhortaciones al empresariado para que siga presentando la corrupción a los más altos niveles del gobierno como uno de los problemas más graves que socavan la capacidad competitiva del país.
Asimismo, su visita a la Junta Central Electoral (JCE), y según revelaciones de su presidente Roberto Rosario Márquez, haciendo exigencias sobre la entrega de documentación a más de 55 mil ciudadanos de ascendencia haitiana con derechos adquiridos. O su preocupación por la legitimidad de los resultados electorales de 2016, en tanto no sean atendidos satisfactoriamente sus reclamos sobre esos ciudadanos.
Más aún, se habla de que el gobierno de Estados Unidos ha pedido al presidente de la República que se agregue a una coalición internacional para enviar soldados a Siria para combatir el Estado Islámico.
Ante todo ese cúmulo de información, el gobierno nacional no se da por enterado. Nada pasa. Nada importa. Nada dice.
Pese a una política difusionista muy activa, en la que se transmite un alto volumen de información en una sola dirección, no hay espacio para responder temas que son objeto de atención pública y en consecuencia de interés nacional.
Se pensará que el gobierno nacional “tiene su agenda y nada lo distraerá”. Pero todo cuanto ocurre en el país es competencia de sus autoridades, que están en el deber de informar con propiedad acerca de lo que pasa. O, en otro caso, de lo que se dice y que pudiera dar pie a cierta confusión.
Aunque se trate de un rebaño, siempre se requiere un guía. En este caso, una voz que afirme que la vaca nacional no puede ser tirada por un narigón.
