En los últimos años se ha puesto muy de moda el término Posverdad, neologismo que significa mentira emotiva y que permite describir la distorsión de una verdad en forma deliberada con intención ulterior, pero con el propósito firme de llegar con su propio mensaje a la opinión pública.

En este contexto, debemos ser realistas y entender que el término se ha puesto de moda porque el ejercicio del poder está realmente cimentado en la posverdad. Todo se distorsiona para convencer a la opinión pública de que lo que hacen o dicen es verdad, siendo realmente mentiras emocionales.

A nadie es ajeno que, en República Dominicana, una cosa es lo que se dice, otra lo que se hace y, de ninguna manera la verdad tiene asidero, llevando a la gente a vivir en la más terrible de las confusiones.

Para muestra un botón, el anuncio constante de un crecimiento en la economía superior al resto de la región, el incremento del empleo, la disminución de la miseria, la inversión en la educación y en la producción alimentaria, se queda en un exacto ejercicio de la posverdad.

Esto así, porque al llegar a la realidad, muy poco de lo que se dice es cierto, aunque el control casi absoluto de los medios, la contratación de mercenarios de la comunicación y el dominio, por diversos medios, incluyendo la publicidad, Aduanas e Impuestos Internos, hacen ver a los ciudadanos, que el país transita a pasos agigantados por el mejor sendero.

Las acciones de corrupción, la dejadez de la Justicia, la protección de delincuentes y el irrespeto a los derechos ciudadanos, son el pan de cada día, es muy poco lo que tiene peso para un reclamo justo y una reacción positiva de las autoridades de turno.

Realmente el ciudadano dominicano ha perdido sus derechos, no vale nada, no tiene oídos que le escuchen y, centrado en las redes de la posverdad, todo marcha viento en popa. No hay esperanza.

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