República Dominicana, un país cuyas características de nación valiente, de hombres y mujeres patriotas, anfitriones excelentes y de ideología definida, se ha convertido rápidamente en un territorio sin dolientes que ha sido dejado a la suerte.

En la tiranía y tras su desaparición, los dominicanos éramos vistos como ciudadanos ejemplares, luchadores por su causa y defensores de los más genuinos intereses del país, capaces de darlo todo, hasta la vida, por preservar sus creencias y valores.

Sin embargo, con el avance del desorden social, el poderío de la politiquería y la lujuria de sectores dominados por nativos y extraños, todo se ha perdido y ahora lo que ocurra, por grave que sea, ya no interesa ni duele a nadie.

El país se ha convertido en un receptáculo para oportunistas que a todo quieren sacar provecho, para lo que nos les tiembla el pulso a la hora de engañar, entrampar y hasta matar, con el propósito de alcanzar sus propósitos. Para protegerlos, la autoridad rentó una nave blindada donde no se ve ni se escucha nada.

Profesionales, técnicos, obreros y políticos que venden “el alma al Diablo”, para conseguir riqueza y poder, blindar su accionar y vivir como chivos sin ley en un territorio donde la injusticia y la impunidad se imponen, es lo que prima hoy en día.

Nos es posible trazar estas líneas y expresar este gran temor sin que el dolor golpee en cada párrafo, pero es una verdad que no se debe callar, aunque su divulgación remueva momentáneamente la epidermis de muchos culpables y hasta de algunos que se creen inocentes.

Volver a ser dominicanos es el primer paso, pensar que la patria es nuestro sello de identidad y que sin patriotismo no se preserva, es el segundo. El tercer paso consiste, precisamente, en atreverse a decir: ¡basta ya de pisotearnos!

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