Al analizar los combates en los que él participó se comprueba que su genio militar iba a la par con su reconocida bravura. Antonio Duvergé Duval alcanzó la estatura de héroe nacional por su bizarría y singular habilidad en los combates desarrollados ante la oleada de invasiones que hizo al territorio dominicano el entonces poderoso ejército haitiano, luego de proclamada la Independencia Nacional.

Fue antillano en el más amplio sentido de la palabra, pues aunque concebido en el país nació en Hormigueros, Puerto Rico, hijo de los franceses José Duvergé, nacido en Mirabalais, y de María Duval, oriunda de Croix des Bouquets, ambos poblados del Haití, entonces colonia de Francia.

Duvergé fue criado a caballo entre Higüey, El Seybo y San Cristóbal.

Esta emblemática figura de nuestra historia probó en muchas ocasiones que no le temía a la muerte, esa invencible “dueña final” de todo ser viviente. La hoja de ruta de su vida permite decir de él que poseía en demasía los atributos de un centurión.

Justo es resaltar que la valentía de Duvergé brotaba al compás de su firme voluntad de luchar para que jamás los dominicanos volvieran a ser dominados por foráneos.

Al analizar los combates en los que él participó de manera decisiva se comprueba que su genio militar iba a la par con su siempre reconocida bravura. En valles y mogotes, entre monterías y matorrales, Duvergé acumulaba en cascada triunfos tácticos que concluían en victorias estratégicas.

La exposición constante de ese formidable combatiente ante la muerte no era precisamente porque viera en ella a “una hermana”, al estilo de las descripciones que de la parca hizo San Francisco de Asís.

Varios historiadores han acreditado que Duvergé se transformaba cuando ordenaba en tierra zafarrancho de combate. El fragor de la guerra lo iluminaba y agigantaba su figura, creando hacia él una devoción indescriptible entre los combatientes bajo su mando.

Por los resultados de los enfrentamientos en los cuales participó se puede afirmar que los invasores haitianos se espantaban con la eficacia bélica de Duvergé.

Uno de sus biógrafos, el doctor Joaquín Balaguer, en su libro El Centinela de la Frontera, pone en boca de Duvergé una frase demostrativa de su determinación indeclinable en defensa de la independencia nacional, cuando al referirse a los invasores haitianos les advierte que buscarían “…una muerte segura que reservamos al que ose profanar nuestro suelo en el filo de nuestros machetes, en la punta de nuestras lanzas y en la boca de nuestros fusiles”.

En esa misma obra el referido autor dice que Duvergé poseía un “valor casi suicida con que presentó siempre el pecho al enemigo”.

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