Anselmo Paulino Álvarez y la bestia eran almas gemelas. Había entre ellos —como ya se ha dicho— una gran afinidad, una empatía profunda y algo parecido a una gran amistad, a una especie de complicidad, de espiritualidad criminal. Lo cierto es que tenían muchas cosas en común. Ambos venían de abajo, aunque no tanto él primero como el segundo, y las estrecheces económicas del medio en que se criaron —aparte del rechazo y las humillaciones que de seguro recibieron—, dieron origen a un exacerbado resentimiento social y a una sed de revancha que saciarían, si algunas vez la saciaron, desde las alturas del poder.
Paulino era (o se volvió cuando pudo) dominante en grado extremo, era prepotente, altanero, alguien que encajaba a la perfección en todas las definiciones de la palabra arrogante. La dominante arrogancia natural que le atribuye Crassweller.

Con la bestia compartía desde luego el desmesurado amor por el poder y el dinero, la vanidad sin límites, la codicia y la lujuria, la fascinación por la fina ropa y el buen vestir. La ostentación del lujo y la riqueza, el boato, la pompa iban de la mano con su obsesión por los uniformes y todos los símbolos de la autoridad. Hay quien dice que Paulino tenía entre trescientos y quinientos trajes e innumerables zapatos y corbatas en su guardarropa, e incluso un bicornio emplumado como el que usaban la bestia y su hermano Negro. Un improbable y ridículo bicornio emplumado que —supuestamente y sólo supuestamente— se atrevió a exhibir en algunas ocasiones solemnes.

Al igual que la bestia, Paulino era un incurable, un enfermizo mujeriego. La bestia tenía un harén, una cantidad indeterminada de mujeres de reserva diseminadas en la capital y varias ciudades del país. Si se le antojaba cualquier otra que no formara parte de la colección (lo cual, ocurría a menudo), sólo tenía que señalarla con el dedo y mandarla a buscar, pero a veces sus mismos cortesanos le ofrecían sus hijas o la bestia se las pedía con su particular manera de pedir. Además, tanto Trujillo como su hermano Negro disponían ocasionalmente de las esposas de sus oficiales y funcionarios. No era sorprendente ni extraño, aunque sí discretamente escandaloso, que en alguna de las muchas fiestas que se celebraban en esa época, después de abundantes libaciones y bailes, la bestia se hiciera acompañar, a la salida, de la feliz consorte de alguno de los felices invitados.

Paulino quizás nunca tuvo las intenciones y tampoco el poder para cometer ese tipo de bellaquerías, pero también llegó a tener un respetable número de amantes o queridas, en su mayoría haitianas. Amantes o queridas jóvenes y fogosas y desde luego robustas, prácticamente irrompibles, capaces de resistir el peso y el volumen, la corpulenta humanidad que a manera de aplanadora derramaba sobre ellas.

La cosa más común que tenían en común Paulino y la bestia era la costumbre, el impulso obsesivo y compulsivo de humillar a sus propios servidores, el placer que les proporcionaba humillar a sus propios servidores, sobre todo si eran de clase alta, sobre todo si eran profesionales y de algún tipo de prestigio. A Jesús María Troncoso, cuando era director de desarrollo, Paulino lo trataba peor que a los camioneros que recibía en su despacho, le decía mentiroso, lo irrespetaba menos que a un muchacho de mandado y se divertía haciéndolo.

La gran habilidad de Paulino consistió en aplicarse al trabajo productivo en beneficio de la bestia y en el suyo propio, desplegando —como dice Crassweller— toda su inteligencia, su asombrosa memoria, una memoria fotográfica y su prodigiosa capacidad de trabajo. Paulino no parecía conocer el descanso, no parecía conocer la fatiga y se mantenía ajeno a cualquier tipo de diversión. Subrepticiamente organizó su propia maquinaria de gobierno y su propio servicio de inteligencia, de espías personales en los altos y medios estratos sociales, hasta el punto de llegar a convertirse en el hombre mejor informado del país y en el mejor informante de la bestia. De hecho, Trujillo prácticamente se desayunaba con el menú de noticias y chismes que le preparaba Paulino todos los días, algo que incluía informaciones sobre funcionarios de la capital, de gobernadores de provincia e incluso del exterior. En algún momento de su vida la bestia llegó a considerar que Paulino era indispensable, quizás insustituible.
Paulino llegó a tener influencia y poder sobre los estamentos militares y contribuyó a levantar y administrar un emporio económico. Nadie le dedicó a la bestia tantos sacrificios, tantas horas de sueño y calidad de vida. Nadie como él llegó a subir tan alto en la estimación y confianza de la bestia, nadie tuvo en sus manos los medios que tuvo Paulino, nadie concentró a su alrededor el poder que concentraría Paulino. Cierto es también que nadie como él fue tan generosamente retribuido.

Anselmo Paulino Álvarez —dice Crassweller— no tenía conciencia. Era un calculador frío, un alma de hielo. Cosechó beneficios a la más grande escala y logró incontables ganancias con el otorgamiento de licencias y permisos que se establecieron durante la segunda guerra mundial. Además, y aunque parezca increíble e increíblemente atrevido, Crassweller afirma que algunos agentes de Paulino cobraban sin registro escrito ciertas sumas destinadas a la cuenta de la bestia que se desviaban en el camino e iban a parar a sus manos. A manos de Paulino. Lo cierto es que de un modo u otro hizo una gran fortuna.

Paulino, en fin, desplegó las más finas artes para mantenerse en la corte de la bestia como el indiscutible favorito, pero se enemistó al mismo tiempo con todos los que la rodeaban. La popularidad de este hombre siniestro era inversamente proporcional a la altura que había escalado. Lo odiaban todos o casi todos los miembros del gobierno, los militares no lo soportaban, los líderes políticos no lo podían ver. Paíno Pichardo y Cucho Alvarez Pina —dos de los más notables cortesanos— lo detestaban tanto como él a ellos. Se hablaba incluso del “cuchipaineo” para definir el accionar de estos oscuros personajes en la vida política del país y contra Paulino en particular. Pero la bestia lo defendía.

Para peor, tanto Ramfis como Negro, el hijo dilecto de la bestia y su dilecto hermano tampoco lo toleraban. Se quejaban constantemente del comportamiento prepotente de Paulino. Pero la bestia lo defendía.

La que más odio le tenía era, probablemente, la primera dama, la prestigiosa escritora María Martinez de Trujillo. Pero la bestia lo defendía contra viento y marea, incluso disfrutaba provocando escenas de celos, provocando —como dice Crassweller— animosidad entre Paulino y María Martínez, deleitándose perversamente con lo que sucedía. La María rabiaba hasta más no poder, le decía maldito tuerto, y en una ocasión lo botó de la casa. Pero la bestia defendía a Paulino, siempre lo defendía. Hasta que un día dejó de defenderlo.

Paulino triunfaría en todo lo que se propuso, escaló poco a poco la segunda cima del poder, hasta que ocurrió lo inevitable, lo que para él parecería impensable. Triunfo tras triunfo —como dicen que se decía en esa época— lo conducirían a La Victoria. La cárcel de la Victoria.

(Historia criminal del trujillato [69])

Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.
Crónica del presente — El Nacional
(https://elnacional.com.do/cronica-del-presente-190/
Reynaldo R. Espinal, , “Anselmo Paulino Álvarez: Ascenso y caída del principal valido de Trujillo” (2-2)
(https://acento.com.do/opinion/anselmo-paulino-alvarez-ascenso-y-caida-del-principal-valido-de-trujillo-1-2-2-9007765.html)
Victor Gómez Bergés
https://tribunalsitestorage.blob.core.windows.net/media/10423/palabras_vgb_anselmo_paulino_alvarez_241017.pdf
Anselmo Paulino…
(https://hoy.com.do/anselmo-paulino-3/)
El “cuchipaineo” de Hipólito y Danilo, las obras públicas y la JCE
https://prensalibrenagua.blogspot.com/2016/10/el-cuchipaineo-de-hipolito-y-danilo-las.html

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